Opinión

Rueda, lo previsible

Feijóo ha presumido siempre de previsible. Y lo es. Al menos en lo que se refiere a la configuración de sus equipos, tanto en el PPdeG como en la Xunta. No suele dejar margen a la sorpresa. Se rodea de un equipo de máxima confianza, que apenas ha variado desde que asumió el liderazgo del partido. Es un reducido grupo de hombres y mujeres, un núcleo duro de absoluta lealtad personal y política. Gente entregada en cuerpo y alma a una tarea en la que no hay tregua y que está en la base del éxito de Don Alberto, junto a la confianza y una extraordinaria seguridad en sí mismo. Pese a la cercanía, ninguno está en el ajo sucesorio, ni será consultado. Ellos también conocerán la decisión final cuando toque, en el último momento, como es norma en la casa. Solo uno puede ser el auténtico delfín. Sea quien sea el ungido, al resto les tocará arroparlo y servirlo con la misma entrega que a su actual jefe, que todos reconocen que en realidad lo seguirá siendo, aún a distancia.

No designar sucesor a Alfonso Rueda al frente del Gobierno gallego sería una sorpresa. Desconcertaría a los albertistas —y aún más a los sancaetanólogos más conspicuos—, sobre todo porque supondría no respetar el escalafón, por primera vez, en una decisión trascendente. Le toca. Es el vicepresidente primero, y fue el único durante algún tiempo. Le acompaña desde la dura etapa de la oposición. Feijóo y Rueda fueron compañeros de viaje en aquella travesía del desierto, con lo que eso une. Se conocen muy bien. Y se respetan. No son uña y carne, ni amigos íntimos. Además, Rueda domina el aparato institucional del poder autonómico (San Caetano para él no tiene secretos), además de haber sido durante muchos años el número dos del partido, con lo que eso supone de aval político.

Con Rueda de presidente, como con cualquier otro, no cabe esperar una remodelación en profundidad de la Xunta. Habrá que cubrir, eso sí, las vacantes de quienes acompañen al presidente en el desembarco de la calle Génova (que no serán muchos, porque Feijóo ya tenía en Madrid unos cuantos peones, algunos de lujo, con los que desde luego va a seguir contando). Los cambios en San Caetano, cuando toquen, serán los mínimos imprescindibles, y de escasa trascendencia, porque el objetivo es transmitir la sensación de que no peligra la estabilidad. Ascenderán fundamentalmente técnicos y gestores de la total confianza de Don Alberto o convenientemente avalados, sin perfil político ni adscripción territorial, como ha sido hasta ahora la tónica de los nombramientos. Más que de cantera, suele tirar de banquillo, sin arriesgar. Nada de mirlos blancos, ni fichajes de relumbrón.

A Feijóo no le quita el sueño casi nada. Mucho menos la sucesión en Galicia, que es como un juego de niños comparado con lo que le espera en la Villa y Corte. Está convencido de que acertará y que el designado estará a la altura de las expectativas. Toda operación de este tipo comporta un riesgo, que no se le escapa. Pero falta mucho para las próximas elecciones autonómicas. De aquí a entonces pueden pasar muchas cosas, sin que sea descartable que para entonces el hoy presidente de la Xunta haya conquistado La Moncloa. Ese escenario favorecería sin duda una nueva mayoría absoluta del PPdeG, fuese quien fuese el cabeza de cartel. Porque un Feijóo gobernando España aportaría el plus que podría necesitar su sucesor para ganarse la confianza de los gallegos. Salvando las distancias, sería como en 1981, cuando el candidato era Albor pero la gente de a pie votaba a Fraga. Y funcionó, vaya si funcionó.


 

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