Opinión

Quince años de aquel bipartito

Cómo pasa el tiempo, oiga. Este verano se cumplirán quince años del gobierno bipartito PSOE-BNG, aquella Xunta comandada por Emilio Pérez Touriño y Anxo Quintana que puso fin a la era Fraga. En 2005, a pesar de haber ganado las elecciones, el Partido Popular perdió por poco la mayoría absoluta. Socialistas y nacionalistas se pusieron de acuerdo para gobernar juntos, en el más serio de los intentos por poner fin a la hegemonía conservadora que arrancó al mismo tiempo que el propio proceso autonómico. El décimo aniversario de aquel experimento pasó casi desapercibido, algo que no sucederá esta vez, entre otras razones por el acuerdo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias y sobre todo porque este año los gallegos volveremos a ser llamados a las urnas para decidir si Feijóo sigue presidiendo Galicia o se instala en San Caetano una coalición progresista semejante o parecida al bipartito.

Aquel gobierno de coalición no llegó ni a completar la legislatura. Se vio obligado a adelantar unos meses las elecciones en las que saldría ‘derrotado’. El inesperado revés electoral puso fin a las carreras políticas de Touriño y Quintana, cuyas figuras fueron amortizadas en tiempo récord. Su abrupta desaparición de la escena política gallega supuso un inequívoco reconocimiento del fracaso. Ambos asumieron sus responsabilidades abriendo, eso sí, sendas crisis en el seno de sus respectivas formaciones políticas, algunas de cuyas heridas nunca cicatrizaron. Aún a día de hoy tanto en el PSOE como en el BNG parecen renegar de la experiencia, al punto de que alguno de entre sus respectivos dirigentes llegó a considerarla un fiasco histórico que, además de borrar, llegado el caso convendría no repetir.

Los votantes premian la cohesión interna de los gobiernos y suelen castigar las 'liortas' entre los socios en el momento que trascienden públicamente 

De lo que dio de sí la coalición social-nacionalista conviene obtener algunas lecciones. La primera y principal es que los votantes premian la cohesión interna de los gobiernos y suelen penalizar las ‘liortas’ entre los socios en el momento en que trascienden públicamente. Y tienden a castigar en similar medida a las dos partes contratantes de la primera parte. El PP supo rentabilizar la sensación de que Galicia padecía un ‘bigobierno’ en el que los conselleiros desconfiaban los unos de los otros, competían entre sí por el protagonismo político y no conseguían ponerse de acuerdo ni siquiera en los asuntos esenciales que habían pactado en el momento de constituir la coalición. La recesión económica también pasó su cierta factura a unos gobernantes que siguieron actuando como si aún fuera tiempo de vacas gordas.

Hay otra gran enseñanza que tendrían que sacar PSOE, Benegá y los rupturistas (sin los cuales ahora no será posible armar una alternativa al PP), también Sánchez e Iglesias. Los socios tienen que confiar los unos en los otros. Aun así han de establecer mecanismos y protocolos para arbitrar internamente las diferencias, además de compartir los aciertos y mutualizar los errores, evitando arrojárselos a la cara entre ellos. Nada castiga más el electorado, incluso el propio, que el penoso espectáculo de los coaligados empleando tanto o más tiempo en hacerse oposición entre sí que en gobernar. Porque lo que se transmite son señales de debilidad e ineficacia. La gente de a pie no perdona la imagen permanente de un camarote de los hermanos Marx. Y sin embargo, qué cosas, por lo general es más indulgente, si llega a enterarse, con los incumplimientos programáticos. Seguramente porque también incumplen los gobiernos monocolores, o porque, como dijo Tierno Galván, los programas están para no cumplirse.

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