Opinión

Una ministra que no es de nadie

Se ve que no la conocen. Eso dice el círculo de confianza de Yolanda Díaz en respuesta a quienes le atribuyen la intención de optar al liderazgo de Podemos, incluso aunque tenga que desafiar al mismísimo Pablo Iglesias. No está en eso, ni se lo plantea. Se metió de lleno en su papel de ministra de Trabajo, al que se dedica casi full time. Evita que la actividad partidista la distraiga de una dura tarea en la que se ha ganado el respeto de sus compañeros de Gobierno, incluso los ideológicamente menos afines, de los agentes sociales y de los sectores más progresistas de la ciudadanía, que le otorgan unas de la valoraciones más altas del ejecutivo. Tan centrada está en su labor ministerial que apenas tuvo presencia en la campaña electoral gallega, a pesar de lo cual hay gente muy destacada en Unidas Podemos que pretende atribuir a Díaz la mayor parte de la responsabilidad en el inesperado descalabro de la marca gallega, Galicia en Común.

Hace tiempo que Díaz se había alejado de Izquierda Unida y sobre todo de la Esquerda Unida que lideró y de la que fue la cara más visible durante doce largos años (2005-2017). Sus antiguos compañeros ya no la consideraban uno de los suyos, aunque conservase formalmente la militancia hasta hace sólo unos meses. Cuando se incorporó al Gobierno de coalición, resultó público y notorio que no formaba parte de la cuota de poder de IU. Fue Podemos quien la propuso, algo que se explica por su cercanía con Pablo Iglesias e Irene Montero. Díaz conoce a Iglesias desde 2012, cuando lo fichó como asesor del primer proyecto político del rupturismo gallego, Age, experiencia que el vicepresidente revela como clave para la posterior creación del partido izquierdista que a día de hoy sigue liderando. La ferrolana fue quien tendió los puentes que hicieron posibles losacuerdos transversales que se materializaron en las fórmulas de las mareas municipalistas, En Marea o la propia Galicia en Común.

Se siente comunista, eso sí. Por ser muy hija de su padre, Yolanda Díaz lleva la marca PC en el ADN. Cuenta que con solo cuatro años recibió carantoñas de Santiago Carrillo y recuerda que en su casa eran habituales las reuniones de partido o sindicales. En esa ambiente surgió su compromiso político. Abogada de profesión y especializada en relaciones laborales, los suyos aseguran que la política no es su estación de destino. Nunca pensó en dedicarse a ella «profesionalmente». Incluso, aunque feliz con su cartera ministerial, está un tanto desencantada de la mala experiencia acumulada en los intentos de articular en Galicia el espacio político a la izquierda del PSOE. Acabó distanciada de personaj e s , c o m o Beiras, a los que admiraba y que nunca entendieron, cree ella, el delicado papel de equilibrio que le tocaba jugar como dirigente de IU y persona a la vez cercana a Iglesias. Algunos llegaron a tildarla de maniobrera ambiciosa. Y eso duele.

A pesar de los pesares cuesta creer que Díaz vaya a abandonar la política activa cuando deje de ser ministra, si para entonces sigue manteniendo los actuales niveles de popularidad. Tiene un futuro garantizado en la escena nacional y no digamos en Galicia. Aquí su contribución podría ser decisiva para poner en pie una oferta que devuelva la ilusión al menos a una parte de los doscientos setenta mil gallegos que solo cuatro años votaron En Marea como una opción de izquierda transformadora. Aunque tal vez a ella ya no le apetezca una nueva aventura de ese tipo, por no arriesgarse y sobre todo por la cantidad de pelos que tendría que dejarse en esa gatera. Es probable que ahora mismo no dedique ni un minuto a esas cavilaciones. Por la crisis económica que generó la pandemia, el trabajo en el ministerio ocupa todo su tiempo y así será mientras dura una legislatura en la que sabe que, salvo imponderables, no le moverán la silla. Desde luego, no lo harán ni Podemos ni Izquierda Unida. Porque ahora mismo, bien mirado, ella no es de nadie.

Comentarios