Opinión

El inquietante fantasma de Pepe Blanco

Mucha gente se pone nerviosa cada vez que José Blanco se deja ver por Galicia en algún acto público. Aunque ejerce de gallego, no se prodiga, porque su familia y sus negocios radican fundamentalmente en Madrid. Las suspicacias se acrecentaron estos últimos días con ocasión de la presencia del exministro de Fomento en un foro periodístico y por las entrevistas en las que reivindicó su decisivo papel en la llegada del Ave. Sobre todo, pero no solo en el Pesedegá no aciertan a adivinar las razones por las que alguien que ya no está, desde hace tiempo, en la política activa estima oportuno recordarnos a los gallegos —y sobre todo a los ourensanos— que él estaba allí, en la sala mando del Gobierno de Zapatero, cuando había que dar el impulso final y tomar las decisiones trascendentales para la conexión de la comunidad gallega con la Meseta por alta velocidad ferroviaria. Tal vez recele Blanco de la frágil memoria de la gente del común, la misma que, por suerte para él, tampoco le asocia directamente con el trágico accidente del Alvia.

Ahora mismo, nadie cree que ‘Pepiño’ tenga en mente volver a la arena política. Sin embargo, ni siquiera los más cercanos se atreven a descartarlo del todo. A sus sesenta años no cabe darlo por amortizado (Fraga tenía sesenta y ocho cuando ganó las primeras elecciones autonómicas). Está a lo suyo, a ganar dinero, como consejero de Enagás y a través de la consultora Acento —para algunos un lobby puro y duro— donde reunió a otros expolíticos de distintos colores. Su actividad como ‘lobista’ levanta ampollas en La Moncloa y en Ferraz, donde ya no le quedan valedores ni amigos. El sanchismo adjura de Blanco. Al mismo tiempo algunas viejas glorias del partido y unos cuantos detractores internos de Sánchez al parecer lo frecuentan, aunque solo sea para que les deje entrever que sintoniza con ellos o los reconforte diciéndoles aquello de que no hay mal que cien años dure y en política menos (a lo sumo dos legislaturas).

 Es probable que Alfonso Rueda, por razones obvias, prefiera medirse con Formoso que con Blanco. Porque lo podría tener aún más negro

Hay dos perspectivas que favorecerían el retorno de Blanco a la política. En el ámbito nacional, por aquello del cambio de ciclo —y un cierto mal fario— vienen mal dadas para Sánchez. Si el año que viene pierde las elecciones y el poder, sus días al frente del PSOE estarán contados. El partido tendrá que renovarse, aunque sea volviendo atrás para tomar un nuevo impulso. Un escenario idóneo para el ‘blanquismo’ y para los barones y los notables que se la tienen jurada al actual secretario general y presidente del Gobierno, que difícilmente encontrará en esta ocasión en su ‘Manual de resistencia’ la receta para renacer de sus cenizas por segunda vez. Lo seguro es que Blanco estará atizando ese fuego, aunque sea a una prudente distancia para no quemarse.
Y en la política gallega, indudablemente la salida de Feijóo hacia Madrid abre nuevas posibilidades para el progresismo, que sobre el papel lo tiene más fácil a la hora de desalojar al PP de San Caetano.

Por ese lado se entiende la inquietud que el fantasma de Pepe Blanco genera en los dirigentes del Pesedegá. Su actual líder y virtual candidato a la presidencia de la Xunta, Valentín González Formoso, es a día de hoy un personaje prácticamente desconocido fuera de la provincia de A Coruña. Nada que ver con alguien que lo ha sido casi todo en la política nacional y que además, a pesar de los pesares, ha salido indemne de los casos de presunta corrupción en que se vio involucrado. Al Benegá seguro que no le haría gracia llegar a tenerlo de socio en un bipartito. Y también es probable que Alfonso Rueda, por razones obvias, prefiera medirse con Formoso que con Blanco. Porque lo podría tener aún más negro.

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