Opinión

Gonzalo Caballero resistirá

Se define a sí mismo como un resistente. Es tenaz, casi terco. Gonzalo Caballero no se da por vencido ni en las circunstancias más adversas. Por eso llegó a donde llegó, a ser el líder y el candidato del PSdeG a la Xunta, después de sumar un buen número de derrotas orgánicas, algunas estrepitosas, que sin embargo nunca minaron su moral de victoria. Esta vez luchaba contra las encuestas, alguna de las cuales ya anticipaba la posibilidad del sorpasso nacionalista, y aun así hasta que empezó el recuento de las papeletas creyó que podría encabezar un gobierno progresista si Feijóo no alcanzaba la mayoría absoluta. Cuando se consumó el inesperado desastre, no perdió la compostura. Es lo suyo. Mantuvo el tipo para no transmitir una sensación derrotista, aun a sabiendas de que el 12-J puede pasarle una costosa factura interna, al igual que a todos sus antecesores. Por algo el cainismo es como una seña de identidad corporativa del PSOE gallego.

No se le puede pedir que lo reconozca en público, pero Caballero tiene la impresión de no haber estado todo lo arropado que cabría esperar por la potente estructura de poder local constituida por los alcaldes socialistas de las grandes ciudades y los presidentes de Diputación. A la mayoría no se les vio demasiado implicados con la candidatura del joven profesor ponteareano y alguno se permitió insinuar que votaba socialista casi con resignación o por pura fidelidad a las siglas. Él cree que, por la razón que fuese, la maquinaria territorial no se empleó a fondo. También hay varios sectores en los aparatos provinciales y comarcales que, al igual que algunos destacados exdirigentes, nunca ocultaron que no le consideraban el mejor cabeza de cartel para competir con Feijóo, dando a entender que sin el apoyo expreso de Ferraz y de La Moncloa nunca habría llegado a ser ni el secretario general ni el aspirante de los socialistas a la presidencia de la Xunta.

Lo sabe bien su oposición interna. Mientras Caballero cuente con el blindaje del sanchismo, difícilmente podrá ser descabalgado del liderazgo de los socialistas gallegos, por más que se empeñasen —que no lo harán— los que la misma noche electoral ya empezaron a preparar la factura de la que le consideran acreedor por unos resultados que son los peores de los obtenidos por el Pesedegá con el PSOE gobernando en Madrid. Sus detractores achacan a su escaso tirón personal que no pescase una buena parte de los votos perdidos en el río revuelto del espacio rupturista y que lograse incluso menos papeletas de las que reunió el gris y casi desconocido Leiceaga. Porque lo cierto es que los socialistas ya eran tercera fuerza desde 2016, por la irrupción avasalladora de En Marea impulsada por un todavía emergente Podemos.

Lo que nadie discute, tampoco sus incondicionales, es que Gonzalo Caballero llegó a esta extraña convocatoria electoral un tanto verde. Carecía de la proyección pública que requerían sus aspiraciones. Y pagó cara esa y otras debilidades de su candidatura. Ahora necesita tiempo para asentarse como líder del partido y aprovechar la labor parlamentaria para darse a conocer a la ciudadanía y articular un discurso político propio y reconocible, sobre la base del galleguismo progresista. En realidad no tiene que inventar casi nada. En esa línea para el PSOE gallego la gran referencia sigue siendo la propuesta programática con la que en 2005 Touriño logró los quinientos cincuenta y tantos mil votos que le valieron la presidencia del bipartito. Claro que a Don Emilio los suyos le concedieron una bien merecida y definitiva segunda oportunidad, la misma de la que algunos ahora pretenderán, si pueden, privar a Caballero. Que sepan que se las verán con su proverbial contumacia.

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