El último informe de coyuntura del Foro Económico y Abanca lo confirma: la economía gallega ralentiza su crecimiento. Llámesele desaceleración, enfriamiento o como se quiera. El caso es que llevamos varios meses, desde finales del verano, creciendo a menor ritmo que la media estatal. Desconvergemos. La brecha que separa Galicia del conjunto de España vuelve a agrandarse. Hacía tiempo que no se registraba un diferencial de dos puntos porcentuales, lo cual, junto al temor a una recesión, aunque sea leve, constituye siempre un motivo de preocupación, incluso de alarma, pero mucho más en la coyuntura actual, en el arranque de un año que se presenta plagado de negros nubarrones que no presagian nada bueno, ni en la actividad económica ni en la generación de empleo. Hay amplia coincidencia en considerar demasiado ambiciosa —o poco realista— la previsión presupuestaria de que Galicia crecerá un 1,7 en este 2023.
Según los expertos, son varios los factores que explican que en Galicia el PIB esté creciendo menos de lo esperado, empezando por una marcada caída de la demanda interna, factor fundamental en la buena marcha de una economía. Los hogares y las familias gallegas consumen menos que hace un año ante el clima de incertidumbre al que se enfrentan. Los hay, temerosos, que, aunque podrían permitirse ciertos dispendios, se aprietan el cinturón por lo que pueda venir, mientras a otros no les dan los ingresos para gastar más. En cualquier caso, se detecta un déficit de confianza en el futuro inmediato, que igualmente se proyecta en un significativo retraimiento de inversión empresarial, que va a más. Ya se sabe que el dinero es muy medroso. Además se echa en falta una inversión pública que anime el panorama.
La inquietud de los agentes económicos y de los observadores ante el futuro inmediato se acrecienta ante la evidencia de que el gobierno gallego no parece disponer de un plan para hacerle frente
El Xacobeo tiró, y mucho, de la economía gallega durante 2021 y los primeros nueve meses del 2022. Es al final del tercer trimestre, al empezar a declinar el llamado «efecto xacobeo», cuando se detectan los primeros síntomas de debilitamiento de un entramado económico en el que el turismo, en sentido amplio, supone casi un 12 del PIB. Sin el amparo del apóstol Santiago o el dopaje del doble año santo, en el que se batieron todos los records de visitantes habidos y por haber, ahora estaríamos en una situación poco menos que dramática, al borde de una recesión. Precisamente por eso, y por el adverso panorama general, los pronósticos para el actual ejercicio son pesimistas, aún contando con los efectos compensatorios que pudiera producir la ejecución de los primeros fondos europeo “next generation”.
La inquietud de los agentes económicos y de los observadores ante el futuro inmediato se acrecienta —y así lo advierte el nada sospechoso Foro Económico— ante la evidencia de que el gobierno gallego no parece disponer de un plan para hacerle frente. Como si confiara en las fortalezas estructurales de la economía gallega o en que el frenazo será, como en otras ocasiones, coyuntural y menos brusco que el que se está detectando en el contexto estatal. No en vano la Xunta puede presumir de que en los últimos veinte años la economía gallega creció cuatro veces más que la media nacional en PIB per cápita. Y lo hizo sin necesidad de un programa ambicioso como el que viene reclamando el Foro, no ya para salir de este bache, sino para cambiar el actual modelo por otro que permita a Galicia ganar en competitividad, sin depender tanto de decisiones ‘exógenas’ en las que pueden influir más los condicionamientos políticos que las meras y neutrales estrategias empresariales.