Opinión

El contubernio de Sada

La moción de censura de Sada confirma plenamente aquello de que la política hace extraños compañeros de cama. Ediles del PP, del PSOE y de Alternativa de Veciños —el partido del alcalde de Oleiros— se han puesto de acuerdo para desalojar de la alcaldía a Benito Portela, de Sadamaioría, un grupo satélite del rupturismo en la órbita de Anova. A poco más medio año del final de la legislatura, los sadenses asistirán a un cambio en el gobierno municipal que retuerce la aritmética que salió de las urnas de 2019 y que se perpetra, como casi siempre en estos casos, de espaldas a la voluntad ciudadana. Es una operación perfectamente legal, en la medida en que la legislación vigente la ampara. Sin embargo, no hay justificaciones de peso para sustentar su legitimidad y además de haber sido desautorizada, de forma inequívoca, por las direcciones de los tres partidos que están en el ajo.

Populares y socialistas entregan el bastón de mando de Sada a Alternativa dos Veciños, la fuerza política menos representativa, la que cuenta con menor respaldo popular y que hasta ahora, junto al BNG se supone que por afinidad ideológica, apoyaba al regidor. Por ahí se completa el despropósito de una moción de censura que poco o nada tiene de constructiva y que por lo incoherente —e inconsistente— del pacto, condena al concello a un gobierno tripartito forzosamente inestable. Los nuevos gobernantes han de encajar bolillos para sacar adelante el día a día, no digamos proyectos a medio y largo plazo, con lo cual el remedio que se aplica podría resultar aún más dañino que la propia enfermedad que se trata de combatir, la falta de iniciativa y la escasa capacidad de gestión del actual alcalde y de su equipo. 

Algunos tildan lo de Sada de motín, otros de maniobra antidemocrática o de sinsentido. Es un auténtico contubernio político, una alianza suscrita a varias bandas para fines espurios, que tiene un claro antecedente en el acuerdo PP-PSOE que en 2004 desbancó al entonces alcalde nacionalista Abel López Soto. En aquella ocasión fue un tránsfuga socialista el que devolvió la alcaldía a Ramón Rodríguez Ares, un personaje polémico y singular, que es recordado por sus ocurrentes eslóganes electorales (‘vota Moncho, ti xa sabes’, ‘Sada, qué pasada’ o ‘Moncho es mucho’), ademas de por sus problemas con la Justicia. Ares acabó expulsado de su partido, el PP, y se retiró de la primera línea tras una serie de incidentes que durante décadas enrarecieron la vida política local en una villa, Sada, cuyo concello parece condenado una inestabilidad crónica, o endémica.

Lo frecuente de casos de este tipo pone de manifiesto la necesidad de modificar el marco legal del régimen local para impedir maquinaciones tan descabelladas como la que cambiará de alcalde a Sada. Las últimas medidas antitransfuguismo se han revelado ineficaces, o al menos insuficientes. Por ello tal vez la reforma debería acercar nuestro sistema electoral municipal al francés, por ejemplo con primas de gobernabilidad al partido más votado y segunda vuelta, si es necesario. La elección directa del alcalde, al margen de los concejales, sería otra opción aunque supondría apostar por unos concellos más presidencialistas. De lo que se trata, en definitiva, es de que sea cierto, por deseable, aquel recordado trabalenguas de Rajoy: «Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quieren los vecinos que sea el alcalde». Y que en ningún caso llegue a serlo aquel que no cuenta con el refrendo ciudadano.

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