Opinión

Banqueros y bancarios

El de empleado de banca es un oficio en fase de extinción. Van quedando ya pocos y cada vez son menos por el constante cierre de oficinas y el imparable proceso de digitalización. A los veteranos en trance de retirada los reemplaza gente joven, sobradamente preparada y tecnológicamente muy al día, pero con otra cultura profesional. Se trata de un personal menos comprometido con la empresa y no digamos con la clientela, como consecuencia de la precariedad de sus contratos y porque lo mueven constantemente, de un sitio a otro según las necesidades.

No arraigan, porque saben que están de paso y no llegan a establecer esa complicidad de antaño que convertía al director, al interventor o al trabajador raso en amigo, asesor y confidente de la mayoría de los clientes de aquella banca con alma y hasta con corazón. Desde arriba ya no consideran que empatizar con la clientela salga a cuenta. Incluso puede que teman que penalice en la cuenta de resultados.

Los mayores lo recordarán. La revolución se desató en pocos años. Todo empezó con la desaparición de aquellas máquinas de escribir de carro ancho con las que se actualizaban las cartillas. Luego, con la informática, vinieron las tarjetas y los cajeros automáticos. Ya casi no hacía falta entrar a la oficina para disponer de dinero en efectivo a cualquier hora, ni para saber si habías cobrado la nómina, ni para conocer el saldo o los últimos movimientos.

Luego llegarían la banca telefónica y, con los ordenadores personales y los teléfonos inteligentes, la banca electrónica o virtual. La mayoría de los bancarios no intuyeron las consecuencias últimas de aquellas innovaciones tecnológicas, que despoblaron las oficinas y enviaron a muchos trabajadores a sus casas, eso sí, con generosas indemnizaciones y prejubilaciones a medida, pero que fueron dejando desatendidos a la mayoría de los ciudadanos (no a todos, porque siempre hubo excepciones). 

La banca sufre un galopante proceso de deshumanización. De aquí a unos años en el negocio bancario solo quedarán unos pocos banqueros y unos cientos de ejecutivos junto a un puñado de informáticos

La banca sufre un galopante proceso de deshumanización. De aquí a unos años en el negocio bancario solo quedarán unos pocos banqueros y unos cientos de ejecutivos junto a un puñado de informáticos. Con o sin nuevas fusiones entre bancos, seguirán cerrándose oficinas, no sólo en un rural que se vacía inexorablemente; también en las villas y en las ciudades pequeñas y grandes a pesar de que en ellas se concentra cada vez más población. Y el personal que atienda en las sucursales que sobrevivan, por más que se esfuerce, no podrá dar a la clientela ese mínimo trato humano que, además de dignificar una actividad mercantil pura y dura, genera empatía y hace más llevadero el trabajo diario al otro lado del mostrador o de la mesa.

En las cúpulas de las grandes entidades financieras ha sonado como un aldabonazo la campaña ‘Somos viejos, no tontos’. Hubo de ser un movimiento cívico —porque la política a esto también estuvo ajena— el que hiciera ver a los banqueros que el negocio bancario, analógico o digital, en un país tan envejecido como el nuestro subsiste en gran medida gracias a los millones y millones de personas mayores que, por necesidad y obligación, tienen cuentas en los bancos. Son una clientela cautiva, sobre todo desde que desaparecieron las cajas de ahorros.

Con su actividad no generan grandes beneficios. Pero sin ellos el sector bancario no habría llegado a existir y a ser lo que es. Atenderlos adecuadamente, por lo que tiene de servicio público, encaja a la perfección en la responsabilidad social, además de ser vital para que la banca regenere buena parte de la reputación perdida. O simplemente hipotecada.

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