Opinión

El Estado o el caos

Si vivir es convivir, los pueblos para existir tienen que coexistir, pues ninguno por su propia libertad e independencia puede aisladamente progresar de una manera firme y definitiva 

Ante la crueldad de los acontecimientos que se están produciendo en Afganistán, resulta evidente que lo peor que le puede ocurrir a un pueblo es tener un Estado fallido.

Sin recurrir a la ‘estatolatría’ totalitaria o doctrina que propugna "nada fuera del Estado, ni nada contra el Estado; todo en el Estado", es obvio que solo en el Estado las personas pueden dejan de ser súbditos para convertirse en ciudadanos, pues, como decía Cicerón, la verdadera libertad consiste en ser esclavo de la ley.

Pero entiéndase bien, el Estado no es un producto natural que surja de manera espontánea; es el resultado de un proceso cultural y de superación individual, por virtud del cual el individuo se hace libre y adquiere la condición de ciudadano. El Estado, a diferencia de la horda y de la tribu, es una entidad cultural en la que el hombre se realiza como persona.

Sabido es que la libertad no es un don gratuito, sino que hay que ganarla y conquistarla todos los días. No se nace libre pero sí para ser libre y aunque seamos ajenos al hecho de nuestro nacimiento, no lo somos, en cambio, respecto a nuestro destino o el sentido que debemos dar a la vida, pues este depende de nuestra voluntad, de tal manera que, como se sabe, todos nacemos iguales pero todos nacemos semejantes o diferentes y en esa diferencia es en la que reside la personalidad y el sentido de identidad.

El Estado o, como decía Maquiavelo, "lo stato", lo estable, es, principalmente, un sistema de certidumbre y fijeza que huye de toda interpretación arbitraria o imaginativa; es decir, está fundado en la realidad y surge para evitar el enfrentamiento de las personas pues, como decía Hobbes, "la sociedad en su estado natural consiste en la ley del más fuerte y la lucha de todos contra todos".

La naturaleza social y sociable de las personas es la que permite, con la ilustración y el progreso, que estas pasen del enfrentamiento y la razón de la fuerza al entendimiento y la fuerza de la razón, pero la verdadera civilización consiste en que la persona renuncie a sus deseos de libertad e independencia en aras de someterse voluntaria y libremente a un sistema normativo y de conducta que haga compatible la libertad individual con la convivencia entre las personas y los pueblos.

Si vivir es convivir, los pueblos para existir tienen que coexistir, pues ninguno por su propia libertad e independencia puede aisladamente progresar de una manera firme y definitiva.

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