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Inditexados

Un hombre coloca un cartel del Black Friday. JUAN CARLOS CÁRDENAS (EFE)
photo_camera Un hombre coloca un cartel del Black Friday. JUAN CARLOS CÁRDENAS (EFE)

NOS DIJO el otro día un amigo, en una tertulia, que vivimos en una "sociedad inditexada". En realidad no era una tertulia. Estábamos los dos solos, pero queda mejor si creemos que fue durante una tertulia. Las tertulias están mejor valoradas porque participa más gente y así creemos que todo lo que se dice es más importante, o al menos más solemne. Bien. Estábamos en esa tertulia de dos y uno de ellos le puso un cuño al término. No dijo que vivir en una sociedad inditexada fuera bueno o malo: lo dijo como algo sobre lo que todos hemos reflexionado y en lo que coincidimos.

La sociedad inditexada es el mundo uniformado por Amancio Ortega. No sólo por él, pues no sólo hablamos de ropa, pero él es el símbolo perfecto de un esquema al que nos hemos adaptado. El de una vida de usar y tirar. Antes todo duraba una eternidad. Cada cosa nueva que entraba en una casa era para quedarse, para formar parte de la familia. Una calculadora, una nevera, una estantería, da igual. Mi padre tuvo mecheros que le duraron treinta años. En un parque de bomberos en California hay una bombilla que lleva funcionando desde 1901, ininterrumpidamente. jamás se ha apagado.

Recuerdo los tiempos en que la llegada a casa de un nuevo televisor o de un tocadiscos era un acontecimiento familiar. sabíamos que aquel aparato nos acompañaría durante décadas, y si alguna vez fallaba, mis padres lo cogían como si fuera un hijo enfermo y lo llevaban a arreglar mientras todos rezábamos para que volviera pronto. Lo necesitábamos. desarrollábamos cierto amor al objeto porque ocupaba un papel en nuestras vidas.

Ya nada ni nadie es duradero, salvo Rajoy, lo único irreemplazable 


Cuando yo era niño la ropa era algo muy valioso. Casi nunca alguien que tuviera hermanos mayores estrenaba ropa. Se heredaba e iba pasando de hermano en hermano o de hermana en hermana o de hermana en hermano una y otra vez. duraba años. se remendaba, se parchaba; se acortaba o se alargaba. A casa de mis padres venía una costurera que se llamaba Aurelia. Cuando llegaba la remesa de ropa de mis hermanos mayores, me tocaba pasarme la tarde con Aurelia, que escuchaba radionovelas y contaba historias magníficas mientras me iba midiendo y probando camisas, chaquetas y pantalones.

En la sociedad inditexada ya no hacen falta aurelias. Usted se va a una tienda y por unos pocos euros compra la ropa que necesita para el fin de semana. El lunes la tira o la va poniendo en un montón para mandar a Cáritas. Y así todo. Los objetos ya no son para toda la vida. No están para formar parte de nuestros recuerdos. Lo único que sigue quedando es un libro, que nunca falla, o el reloj del abuelo, que tampoco falla.

Las posesiones materiales ya no tienen valor. Pasamos de la sociedad materialista a la inditexada: de la necesidad de tener cosas, al impulso de tirarlo todo para volver a comprarlo. Tanto nos inditexamos que acabamos convirtiéndonos en productos de usar y tirar. El individuo, como el objeto, ya no sirve de gran cosa. Pasamos de la época en que los sindicatos ponían a un gobierno de rodillas a ésta en la que un trabajador gana lo justo para comprarse un par de camisetas a la semana y no se queja porque sabe que él es tan reemplazable como las prendas que estrena cada viernes. Total, si uno puede estrenar camiseta y peinarse como Cristiano, ¿qué importa todo lo demás? Con eso y dos cubatas se llega hasta la semana siguiente. Y cuando se vaya a la calle, pues ya se verá. si alguien es joven e inditexado sabe que tarde o temprano encontrará otro trabajo igual de mal pagado y mientras tanto, pues se sobrevive como sea.

Este sábado se conoció la noticia de que el presidente de Amazon se había convertido en el hombre más rico del mundo gracias al Black Friday, que es para la sociedad inditexada algo así como el día de la Constitución para Albert Rivera. Que exista un día como el Black Friday lo dice todo sobre en qué hemos convertido a la humanidad. Lo malo de la inditexación es que nos toca, nos guste o no formar parte de ella. Es como vivir bajo una dictadura. No depende de que esté usted o no esté de acuerdo con ella. sólo puede aguardar a que pase y confiar en que lo próximo sea menos malo. Al menos en una dictadura tiene usted la opción de jugarse la vida cruzando una frontera, pero vaya a donde vaya, llegará a un lugar inditexado.

Ya nada ni nadie es duradero, salvo Rajoy, lo único irreemplazable que queda en el mundo. Todo lo demás es fabricado para utilizarse durante el mínimo tiempo posible y acabar arrojado a un contenedor. Ahora que lo pienso, lo más terrible que ocurrió en mi vida lo viví un día que pregunté por Aurelia, que llevaba tiempo sin venir, y me dijeron que ya no hacía falta porque no había nada que coser. Estábamos inditexados. 

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