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El amor

ES CURIOSO cómo un mismo hecho puede crear diferentes realidades. Sí, estamos hablando de Catalunya. Podríamos sostener que lo que en realidad sucede es que una misma realidad provoca diversas interpretaciones, pero no. No estamos ante varias versiones de un mismo hecho, sino ante diferentes realidades provocadas por una misma situación. Vivimos ahora mismo en dos o más mundos paralelos. Algo así como un rollo cuántico.

Para algunos, Puigdemont es el legítimo President de la Generalitat de Catalunya desplazado a Bruselas para poder hacer campaña y alargar durante unos días un discurso vetado a todos los miembros encarcelados de su Govern. Para otros, es un cobarde que ha abandonado a su república para eludir su ingreso en prisión. Unos piensan que todos los consellers encarcelados son mártires represaliados; presos políticos injustamente encerrados por un gobierno que ocupa su territorio. Otros los ven como a un grupo de valientes que están protagonizando un acto memorable.

Unos y otros ignoran la realidad que se ve desde el otro lado. Unos ven a Junqueras como a un héroe que se sacrifica por una causa suprema; otros lo ven como a un osito delincuente que entra en la cárcel para convertirse en juguete de violadores, que es lo que se ha buscado.

Unos piensan que los jordis y los consellers son presos políticos. Otros sostienen que aquí el único preso político es Leopoldo López. Unos insisten en que Rajoy en un mago que está resolviendo con mesura un conflicto aparentemente irresoluble; otros creen que está cometiendo el error de su vida. Unos creen que la Justicia, ejerciendo su independencia, ha dispuesto el encarcelamiento de un grupo de sediciosos; otros piensan que la Justicia no es independiente, como demuestran las grabaciones de un ministro del Interior conspirando con un responsable de la Oficina Antifraude. Unos dicen que los encarcelados están bien donde están y cuantos más vayan llegando, mejor; otros no entienden que los suyos estén en la cárcel mientras los delincuentes de los otros se van a esquiar.

Unos juran que el referéndum del 1O fue legítimo y cumplió con todas las garantías legales dadas las circunstancias; otros dicen que fue una patochada sin la menor cobertura legal. Unos dicen que la actuación policial aquel día fue proporcionada y razonable; los otros juran que fue una masacre. Unos dicen que las elecciones del 21D devolverán la normalidad democrática a Catalunya; los demás creen que difícilmente serán normales cuando la mitad de los líderes están en prisión o a punto de entrar en ella.

El otro día, un amigo llegado de Madrid me enseñó fotos de manzanas enteras llenas de banderas españolas: una o dos en cada ventana; luego vi escenas similares en Catalunya, pero con senyeras o esteladas. Después de todo lo antedicho, sólo hay una cosa en la que todos dicen coincidir: su amor a Catalunya. Unos la quieren dentro y otros fuera, pero todos la aman. Me recuerdan a esa canción de Siniestro Total: "Y esos hombres que tú admiras, que parecen visigodos, mucho músculo, poco cerebro y luego lloran como todos. Me dices que tú me dejas por un albino, me dices que tú recorres tu camino, me dices que yo me busque mi destino, y yo me dedico sólo al vino. Yo te quiero, te quiero". Aquí todos ponen por delante su amor a la tierra. Murcianos, vallisoletanos, pacenses y jienenses aman a Catalunya tanto como tarraconenses, badalonenses, barceloneses o los de Lleida, sea cual sea su gentilicio.

Pasarán años antes de que antiguos amigos vuelvan a dirigirse la palabra

Esas realidades paralelas impiden puntos de encuentro. El amor a Catalunya no es confluyente, pues unos y otros la aman de manera tan desigual que sólo pueden disputársela. Para unos, Catalunya es un pueblo llorica, musculado y con poco cerebro al que hay que tutelar; otros contestan que se han liado con un albino y que los demás deben recorrer su camino y buscarse su destino sin contar con el pueblo catalán.

No hay remedio. Cada bando busca exactamente lo contrario que el otro. Unos quieren seguir gobernando Catalunya aunque sea desde la cárcel con mayoría de votos y escaños; a otros les da lo mismo tener en Catalunya once escaños o cuatro siempre que recuperen dos docenas en el resto de España. Así que todos parecen tener razón. Tanta razón que los llamados equidistantes pretenden convertirse en llave. Los que no dicen querer tanto a Catalunya como todos los demás pero tienen su propia estrategia, la de equilibrar la balanza, como si esto lo arreglara una balanza. Si esto lo arreglara una balanza no harían falta candidatos, sino nutricionistas.

Se están equivocando tanto todos, han derribado tantos puentes, viven en dimensiones tan paralelas que a medio plazo lo que se vislumbra es una ruptura. La desunión política, territorial o administrativa puede tardar poco más o poco menos, pero la quiebra social ya está aquí y ha venido para quedarse.

Pasarán años antes de que antiguos amigos vuelvan a dirigirse la palabra o dos hermanos se reúnan para celebrar un cumpleaños. Ya no sólo en Barcelona. Aquí, sin moverme dos manzanas de mi casa, he visto cómo se han formado enemistades que serán eternas. Por amor a Catalunya.

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