Opinión

Epístolas y episcopales

EL PASADO domingo el Vaticano admitió el robo de una carta de su archivo, escrita por el puño y letra del propio Miguel Ángel–un documento excepcional, al parecer–  que se echó en falta allá por 1997, aunque no sé con exactitud cuándo se perpetró el hurto. Paradójicamente, este hecho salía a la luz un día antes de conocerse la sentencia del juzgado de lo Penal número 2 de Santiago que condenó a Castiñeiras a 190 años de prisión por el robo de la correspondencia de sus vecinos, un total de 200 si les sumamos los otros diez que le cayeron por el robo del Códice. Supongo que robar un documento caligráfico-epistolar del genio renacentista es un punto intermedio entre ambos delitos. Sin embargo me quedo con una reflexión, y es que, dejando a un lado las condenas centenarias y casi de cuento, ¿no se le debería exigir algún tipo de responsabilidad a quien tutela patrimonio cultural de tal importancia con la dejadez de ni darle una vuelta a la cerradura? El robo de millones de la caja fuerte del templo por parte del electricista demuestra que al menos en la contabilidad no existía un control de los ingresos. ¿Sucede lo mismo con el patrimonio cultural?

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