Opinión

Adiós a Lemmy, el héroe de los bastardos

LEMMY KILMISTER nació en Stoke on Trent el día de Nochebuena de 1945 y murió a los 70 tacos en Los Ángeles, un día después de los Santos Inocentes. Algo demasiado paradójico para el hijo de un cura que afirmaba que "la vida es como una broma pero sin chiste al final".

Tras sus inicios autodidactas en grupos de versiones y su paso por Hawkwind, la formación psicodélica que actuaba en los festivales fuera del escenario sin ser invitados, fundó Motörhead, la banda que lleva el nombre de la última canción que escribió para Hawkwind, un término que hace alusión al consumo de anfetaminas.

Fueron cuarenta años en activo con más de veinte discos sin caer en ser una de esas bandas de fama mundial en la que todos sus discos son iguales que el primero ni de las que trata de reconvertirse a cada momento, sino que supo adaptar su sonido al paso de los años y las décadas sin perder su inimitable y genuina identidad.

El atractivo de Lemmy siempre ha sido su marca maldita, principalmente la de "bastardo", algo a lo que solía hacer alusión; aunque también la de los excesos y las correspondientes anécdotas con las que se forjan las leyendas del rock; la de ser un ludópata; o la de ser tachado de nazi por coleccionar armas y demás objetos con esvásticas, algo que él era capaz de desmentir despreocupadamente –y con razón– alegando que tuvo una novia negra o que él no tenía la culpa de que los malos vistiesen mejor.

Lemmy dio su último suspiro por el rock n' roll sin espectáculos de vídeo y luces. La puesta en escena de Motörhead era él cantando con el micro inclinado hacia abajo, sin moverse del sitio, con su bajo lakland y sin necesidad de más parafernalia que el cable que le conectaba al amplificador y acabar los conciertos simulando que disparaba al público con el mástil a modo de rifle mientras terminaba de sonar una interminable interpretación de Overkill.

En resumidas cuentas, Lemmy era rock, era heavy y era punk. Era el mejor espejo en el que un rockero se podía mirar para llenar ceniceros y vaciar botellas de bourbon. Todos los que le queríamos bien solo podemos desear que descanse en paz en el infierno, rodeado de strippers y otros difuntos rockeros, bien aprovisionado de Jack Daniel's, Marlboro y speed.

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