Opinión

La maternidad es cosa de todos

Galicia encabeza el récord histórico en el descenso de la natalidad. AEP
photo_camera Galicia encabeza el récord histórico en el descenso de la natalidad. AEP

GALICIA ENCABEZA el récord histórico en el descenso de la natalidad, con una involución en la maternidad que nos coloca sólo por detrás de Mónaco en cuanto al número de hijos por mujer. En ningún país del mundo, salvo en el pequeño principado, nacen menos niños: 7,03 por cada mil habitantes. En nuestro país para viejos, en donde sólo se producen seis nacimientos por cada diez muertes, los mayores de 64 años son ya la cuarta parte de la población. El retroceso de la natalidad es una constante en todos los países industrializados y la falta de recambio generacional es vista cómo la principal amenaza al impago de pensiones.

Con un porcentaje muy elevado de jóvenes de entre 20 y 35 años expatriados desde el inicio de la crisis, las dificultades económicas, principalmente la falta de empleo, han contribuido negativamente al aumento de la natalidad en Galicia. Pero, como decía Matías Prats ¡que no te engañen!, el impacto en los ingresos del primer hijo repercute de manera muy distinta cuando se es mujer. Nuestras ganancias llegan a reducirse casi un 30 por ciento en los meses posteriores al alumbramiento, y es muy fácil que la vuelta de la raquítica baja maternal acabe con una reforma de las condiciones laborales previas al parto. Hace pocos días pude comprobar con estupor como una amiga que lleva diez años trabajando en la misma empresa, era agasajada con una reducción de jornada y de sueldo para poder conciliar con su bebé recién nacido. Las empresas no aman a las madres. Y ni siquiera las aman muchos compañeros, que se convierten fácilmente en enemigos de la madre por sus "privilegios" de crianza.

Y no sólo de precariedad vive la baja natalidad.

Las tres cuartas partes de las labores domésticas siguen recayendo sobre los hombros femeninos
 

La crisis tampoco ha contribuido a un reparto igualitario de las tareas, ya que las tres cuartas partes de las labores domésticas siguen recayendo sobre los hombros femeninos, que regalan 26,5 horas de trabajo no remunerado a la semana por el bienestar familiar, quitándoselo, principalmente, al tiempo de ocio. El cambio económico ha venido acompañado de otra crisis, la "crisis identitaria", en la que las mujeres que, como apunta Elisabeth Badinter en su libro La mujer y la madre, han peleado por una buena carrera profesional y un estatus social, se paralizan ante la posibilidad de perder lo conseguido por el deseo de ser madres.

La libertad de elección se ha convertido en una trampa. La maternidad, cada vez más exigente, está derivando en una profesión hiperespecializada en medio de una presión social por la perfección. "Cuanto más libre se es de tomar las propias decisiones, más responsabilidades y deberes se tienen", apunta Badinter. Ahora que sabemos que las madres sufren y que muchas se arrepienten, la posibilidad de "escoger" puede hacer sentir mucho más miserables a las mujeres si la maternidad no sucede como esperaban.

No sólo hay cada vez menos madres, sino que cada vez lo somos más mayores. Algunas a edades en que las nuestras nos tenían prácticamente criados y otras eran ya abuelas. Cuando mi madre tenía mi edad —casi 32— la acompañaban tres mocosos, dos de diez y una de siete años. De las mujeres con formación universitaria que me rodean, apenas un par de amigas cercanas han sido madres recientemente y, en mi círculo de amigas íntimas, cuyas edades se extienden de los 27 a más de 40 años, ninguna ha tenido hijos. Sólo las amigas de mi pareja, casi diez años por encima de mí, me devuelven a la realidad biológica de la mujer.

Así que cada vez más mujeres posponen la maternidad al tiempo en que ya han demostrado "todo" en sus empresas, mientras el reloj biológico marca el tic tac de las horas perdidas en una carrera por el embarazo llena de frustración, culpabilidad y dolor, en donde el miedo a no ser lo suficientemente fértiles cae como lluvia ácida sobre el campo inmaculado de la independencia económica. En España, uno de cada diez niños ya nacen a través de técnicas de reproducción asistida, y algunas empresas empiezan a ofrecer gratuitamente el servicio de congelación de óvulos a sus empleadas como solución imaginativa a sus nulas políticas de conciliación.

El peaje físico, intelectual, social, y laboral de la maternidad es tan grande, que incluso las que lo son a tiempo completo y por propia voluntad, no encuentran muchas veces la recompensa social que se merecen. Pero el tiempo de las madres mártires ha terminado. Ahora que somos conscientes de todo lo que hicieron nuestras madres, de todo lo que sacrificaron por estar dentro y fuera sin ningún reconocimiento de aquellos hombres que se creyeron los padres del Estado del Bienestar mientras recibían el plato caliente y a los hijos bañados y planchados, las mujeres elevamos la voz pidiendo el respeto y el reconocimiento que la crianza requiere. Sólo un cambio radical en las políticas económicas y sociales puede devolver la maternidad al centro de la vida de las mujeres. Porque la maternidad es cosa de todos. Que no te engañen.

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