Opinión

El Síndrome Masculino de la Invisibilidad

Todas las personas que la hayan experimentado, saben que la convivencia es la principal causa de separación de las parejas. Por encima de los celos, las infidelidades y hasta del intento de homicidio. La convivencia demuestra, de verdad, cuán fuerte es el vínculo amoroso, cuán grande la tolerancia, qué intensos los lazos que nos atan con cadenas invisibles.

En la mayor parte de las relaciones, las mujeres heterosexuales y algunos desafortunados gais, advertimos una patología varonil que afecta a la convivencia y que ni el CHOP, ni los más modernos tratados de medicina, recogen aún como enfermedad propia del género masculino. Pero las mujeres sabemos que una preocupante masa de población masculina carece de un aminoácido responsable del gen que procesa el visionado de objetos, útiles, y escoria en general, dentro de los límites de ese espacio-tiempo conocido como hogar.

Esta ceguera selectiva puede afectar a hombres de todas las edades, razas y categorías sociales, es hereditaria, y no está exenta de ser terminal si el palo de una escoba aterrizase, firme y contundentemente, sobre la nuca del afectado.

Antes de aventurarnos con el tratamiento, os daré una lista de síntomas para diagnosticar si vuestro marinovio (o tú, si eres marinovio) es uno más de los millones de afectados por el Síndrome Masculino de la Invisibilidad.

Lo primero que no suelen ver es el felpudo. Te darás cuenta porque los afectados realizan el tránsito de la calle al interior de manera grácil y despreocupada, llenos de vitalidad y de lodo en sus zapatos, ciegos a esa alfombra hortera que anuncia la República Independiente de Mi Casa.

Tienen también dificultades para percibir lo que esconde el interior del horno y del microondas, lugares siniestros y oscuros que acumulan restos de grasa y otros componentes biológicos que en su día sirvieron como alimento humano. Una porción de pizza en descomposición puede pasar desapercibida a sus ojos semanas, e incluso meses. Puede, incluso, establecer vínculos afectivos con tu pareja si no intervienes a tiempo.

Esta ceguera selectiva les impide también ver la totalidad del contenido de la nevera. Por ejemplo, el cajón de las hortalizas, en donde un tomate y media cebolla se pudren, es absolutamente invisible para ellos. Invisible también es la escarcha del congelador, de dónde sacan (cada vez con más dificultad) los hielos para el gin tonic. En el otro lado de las cosas que sí pueden ver, están las cervezas y, especialmente, la ausencia de ellas. Lo que no quiere decir que sean capaces de ver el cartón vacío del que sacaron la última y dejaron, por si acaso, a la fresca.

Su patología visual les entorpece mucho la percepción del fondo de determinados recipientes. Como el del vaso del cepillo de dientes. O la base mugrienta del cubo de la basura, o lo que se esconde debajo de la tapa del váter. Lugares inhóspitos que, de no ser por nosotras, jamás serían limpiados porque el campo de visión masculino rebota, rebota, y en tu culo explota, cuando se trata de determinadas superficies. En tu culo, y en tus manos.

Pero si hay algo que nunca, nunca ven, son esos pelillos incrustados en la silicona del lavabo después de afeitarse. Vellos cortados que se acumulan de un afeitado al otro y que vuelven a aparecer cuando ya los dabas por exterminados. Tampoco ven los ceniceros llenos de colillas. Ni, por supuesto, la papelera del baño llena de compresas y tampones que, además de imperceptible, es asunto de chicas.

Afortunadamente, esta carencia visual ha permitido a los hombres desarrollar muy bien otros sentidos, como el del olfato, que sacan a relucir sin plantearse siquiera una hipotética relación entre el hedor y la falta de higiene. Sobrepasados por el miedo a lo desconocido, la mayor parte de los hombres se defienden con sprays ambientadores marca Carrefour, con los que fumigan a discreción cualquier lugar, con la seguridad de quien se perfuma sin haberse duchado antes.

Si después de leer esto, crees que tu pareja es un afectado por el Síndrome Masculino de la Invisibilidad, enhorabuena, no estás sola. Coge a tu marinovio y acerca su cabeza y su nariz bien despejada al váter, al horno, al interior del microondas, a lo de debajo del escurreplatos, a la cara B de la mampara de la ducha. Descúbrele nuevos mundos y ecosistemas. Verás que, como Jesucristo, puedes obrar el milagro de recuperarle la vista. Después, pon a trabajar su sentido del tacto facilitándole un par de estropajos y Pato gel activo. Es el momento de que tú juegues a Chicote, para que él pueda, por fin, descansar cuando haya terminado.

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