Opinión

¿Dónde está el líder?

El presidente legítimo del Gobierno legítimo de España preside el Consejo de Ministros, decide el candidato a las elecciones catalanas y en su mano está cualquier cambio de Gobierno. Tiene, como es lógico, mucho poder y muchas competencias y por todo ello una enorme responsabilidad. Tenemos presidente legítimo pero carecemos de líder.

Los cinco minutos de intervención para dar cuenta de la quirúrgica crisis de Gobierno en la que, por cierto, no hubo lugar a preguntas, el jefe del Ejecutivo recordó que el Gobierno había liderado, en el 2020, la pandemia y ahora, en el 2021, el proceso de vacunación y la recuperación económica. Ese mismo día, Europa cifraba a la baja las perspectivas económicas de nuestro país y morían cuatrocientos españoles como consecuencia del covid. A pie de escalera, en el palacio de La Moncloa, el presidente del Gobierno ignoró la situación real de España y de la inmensa mayoría de sus ciudades. Cerro 2020 y casi, sin solución de continuidad, al 2021 como si no estuviéramos en situación dramática, como si la pandemia no existiera, como si no hubiera miles de muertos en las ultimas semanas. Puso énfasis en el proceso de vacunación que dijo estaba liderando el Gobierno y nos encontramos con que los frigoríficos especiales y necesarios que hay en España están vacíos. Dos días después de la escueta intervención, resulta que el paro va en aumento. España está angustiada y cansada y sus presidentes autonómicos han llegado al límite de sus posibilidades.

Ninguno de ellos ha regateado en establecer medidas restrictivas, pero todos ellos han sentido en sus carnes ese punto de soledad que se produce cuando quien más manda y tiene en sus manos, nada menos, que el estado de alarma, hace oídos sordos. Del presidente del Gobierno cabe esperar, en las actuales circunstancias, algo más que la dirección del Consejo de Ministros. Es el momento de que asuma el liderazgo. Y liderar no significa usurpar competencias a las autonomías mientras no sea estrictamente necesario. Liderar tiene más que ver con la presencia y las palabras. Y aquí tenemos un presidente que no ha visitado un hospital y que ha sido incapaz de elaborar un discurso cierto, salvo cuando insistía en que venían semanas duras. Se acabaron las larguísimas intervenciones de la primera ola a la desaparición en la segunda y la tercera tanto o más crueles que la primera.

El líder no debe invitar a las lágrimas pero si ajustarse al sentimiento general del país y tener la gallardía suficiente para, como máximo responsable de la marcha de España, asumir la responsabilidad y el protagonismo que, por ejemplo, han asumido Angela Merkel o el errático primer ministro británico.

Da igual que se trate de un estado autonómico, federal o centralista. El que manda, manda y tiene la obligación moral y política de hacerse presente, de adecuar su discurso a la realidad sin que esté exento de esperanza. Pedro Sánchez gobierna el Consejo de Ministros pero ha renunciado, en un alarde de incomprensible irresponsabilidad, a liderar un país, España, que sufre. Es probable, no obstante, que esta apreciación resulte ser absolutamente equivocada. Desde luego, el CIS de Tezanos no me da la razón.

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