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La hora de la política

SEGÚN ALGUNAS  encuestas, Dinamarca es uno de los países más felices del mundo, si es que tal condición se puede medir de forma colectiva. La felicidad es algo tan subjetivo que lo que a una persona produce bienestar a otra puede provocarle lo contrario. Otros sondeos dicen que la sociedad danesa es la que más confía en el prójimo y que la mayoría de los ciudadanos apoya la gran cantidad de impuestos que paga porque sabe que el dinero va a donde tiene que ir. El ejercicio de la política se caracteriza por la transparencia y hay informes que afirman que es el país con menos corrupción del mundo. Dinamarca no tiene una mayoría absoluta desde 1909. Un dato para reflexionar en un momento en el que la pluralidad que arrojaron las urnas en muchas corporaciones parece ser un problema para algunos.

Actualmente son trece los partidos con representación en la Cámara -cuatro de ellos en el Gobierno- de ese país paradigma de la democracia, la igualdad y el bienestar, donde la tasa de paro no llega al 7% y los salarios están entre los más altos del mundo. Aunque también tenga sus sombras. Según la Agencia de Derechos Fundamentales de la UE, Dinamarca acumula el más alto porcentaje de denuncias de violencia de género de la Unión, en el ámbito familiar y en el laboral. Es también uno de los países con la tasa más alta de suicidio. Entre otras muchas teorías está la de que solemos evaluar nuestro propio bienestar a partir de las comparaciones con los que nos rodean y que, sentirse mal en un lugar donde en general a la gente le va bien, produce más desazón. Una teoría simple pero auténticamente real.

Tras 16 años con tres partidos se dobla la pluraridad de la corporación, que va a tener que engrasar el pactismo de otras épocas

Las luces y las sombras de la política y de la sociedad danesas quedan perfectamente retratadas en ‘Borgen’, una de esas series que últimamente ha puesto tan de moda la política -y el periodismo, siempre unidos- porque muestra sus interioridades. Sus dilemas y contradicciones. "Me había prometido no mentir en mis primeros cien días", reflexiona la primera ministra en una de sus primeras crisis. "Usted vende mis políticas, pero yo las hago", le dice a su jefe de prensa cuando este intenta influir. Una de las claves de su éxito es que, siendo muy danesa, es muy universal. En parte por otro de los asuntos que pone sobre la mesa, el eterno debate sobre la conciliación familiar y laboral.

Pero Borgen engancha sobre todo porque muestra la enorme distancia que en algunos aspectos hay en el ejercicio de ambas actividades, la política y el periodismo, entre países. En Dinamarca, cuando los periodistas destapan un escándalo político siempre hay consecuencias, en la ficción y en la realidad. No hace falta recordar lo que sucede en España. Para que rueden cabezas hay que aguantar carros y carretas.

Aunque a un espectador de estas latitudes seguramente lo que más le llame la atención sea la natural y necesaria dinámica pactista a la que obliga un Parlamento tan fragmentado como el de ‘Borgen’, puro reflejo de la realidad. Hay que decir que en la serie no siempre todo es transparencia. Hay mucha reunión, mucha conversación, mucho dame esta información que yo te doy esta otra en secreto..., pero resulta fascinante cómo la primera ministra está todo el día buscando el acuerdo con unos y con otros, en función del asunto y las necesidades. Ahora con los verdes, ahora con los laboristas, ahora con los conservadores... Es un no parar y es menos política-ficción de lo que podría sospecharse. Tan es así que ‘Borgen’ resultó premonitoria. Al año siguiente del estreno de la serie en la que una primera ministra llega al poder después de encabezar una coalición imposible, Helle Thorning-Shcmid se convirtió en la primera presidenta de Dinamarca con el apoyo de cuatro partidos.

Como representantes electos por los ciudadanos, cualquier concejal tenía acceso a cualquier expediente sin ningún tipo de cortapisa

‘Borgen’ es una serie con la que quizás disfrutarían los nuevos políticos electos de Lugo, si es que no lo han hecho ya. Porque además son varias las coincidencias: la primera mujer al frente del gobierno de la ciudad, una corporación muy fragmentada y un probable gobierno de coalición. La serie podría ser hasta un buen manual para los nuevos concejales porque en los próximos años seguramente van a tener que practicar mucho el pactismo. Seis son los grupos con representación en la corporación, con un centro-derecha, un nuevo partido al que le cuesta definirse ideológicamente y un bloque de izquierdas con cuatro formaciones.

Hay quien se lleva las manos a la cabeza por esa fragmentación, ve bisoñez y contradicciones en algunas formaciones y teme cuatro años de desbarajuste, pero en realidad nada es nuevo. Venimos de 16 años con solo tres grupos en la corporación -y pese a ello no todo fue siempre estabilidad y progreso- pero desde la democracia el pleno de Lugo estuvo compuesto siempre por cuatro, cinco y hasta seis partidos, como fue el caso de la primera corporación. El contexto nada tiene que ver con el de ahora, el país salía de cuarenta años de dictadura y las ansias de los nuevos por abrir las instituciones y por construir eran inmensas, pero aún hoy hay quien cree que esa corporación fue el paradigma de la democracia y la transparencia. El hecho de que todos los partidos estuvieran en las juntas de gobierno da idea de la voluntad de cooperación. Y como representantes electos por los ciudadanos, cualquier concejal tenía acceso a cualquier expediente sin ningún tipo de cortapisa, recuerda Carlos Dafonte, uno de aquellos ediles. La legislación de las administraciones locales ha cambiado mucho y ha ido restando poder a los órganos colectivos en favor del alcalde, pero todavía es mucha la política que unos y otros pueden hacer. Y ha llegado la hora.

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