Opinión

Colegios que son como búnkeres

Los niños de entre 3 y 12 años saben bien cómo actuar: apagar luces, bajar persianas y meterse en completo silencio en los armarios del aula
La entrada de la escuela de Uvalde, en Texas. EUROPA PRESS
photo_camera La entrada de la escuela de Uvalde, en Texas. EUROPA PRESS

Existen numerosos aspectos que diferencian el sistema escolar americano de la escuela de nuestro país. La organización espacial de las aulas o simplemente el funcionamiento de un centro, por ejemplo. Lo que no cambia es la materia prima: el alumnado. Niños y niñas deseosos de aprender en un lugar seguro.

Del mismo modo que un alumno español interioriza con normalidad que el profesorado insista en el cumplimiento de una serie de normas de comportamiento, un alumno americano está más que acostumbrado a entrenarse en la realización de diversos ensayos que simulen situaciones que podrían darse en el centro escolar.

Con una periodicidad de entre 1 y 2 meses, dentro del horario escolar y previamente avisados, todos los grupos de alumnos del colegio donde impartí clase dos años, en Oklahoma (justo limítrofe con Texas, en la zona cero de la permisividad con las armas) debían realizar un simulacro de cómo reaccionar en caso de tornado, fenómeno meteorológico muy habitual en estas latitudes, o de incendio. Sin embargo, existen otro tipo de simulacros sobre los que no había aviso previo: qué hacer en caso de un tiroteo en los alrededores del centro o de que algún extraño asaltase el colegio.

Los alumnos de entre 3 y 12 años sabían perfectamente cómo actuar. Apagar luces, bajar persianas y meterse en completo silencio en los armarios del aula. El tutor debía cerrar la puerta de la clase con llave para impedir la entrada del intruso. Si se diese el caso de que un alumno no estuviese en ese momento en el interior del aula debería esconderse en un baño. Practicar, entrenar y ejecutar. Era natural.

Lo que no era natural es que no hubiese ventanas en las aulas, dotadas de cristales especiales antibalas que no tenían la posibilidad de ser abiertas para evitar la entrada de extraños. Todo el curso escolar sin catar el aire exterior bajo la dictadura del equipo de climatización. Las puertas de grosor extraordinario con cerraduras especiales para evitar asaltos. Los profesores con tarjetas magnéticas que servían para dar acceso a los diferentes pasillos. Así se impedía el avance de un individuo no deseado. Y la entrada al centro escolar, restringida con cita previa y cámaras con doble puerta de seguridad para anticiparse a bloquear el acceso de algún desconocido. Lo mas parecido a un búnker.

Este contexto ya de por sí severo en un centro de primaria se veía incrementado notablemente en los institutos. Existen profesores que dentro de su horario tienen una hora de registro de mochilas, retribuido a mayores de su sueldo. Desde media hora antes del inicio de la jornada escolar, y con la ayuda del oficial de policía de cada centro, deben revisar todas las mochilas de los alumnos a través de los diversos detectores de metales instalados en las puertas de acceso a los high school.

Esa es la normalidad del día a día de un centro de enseñanza de aquel país.

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