Opinión

Estibadoras

CUANDO HACE ya más de un año comenté que empezaría a escribir una columna semanal en este periódico dedicada a la igualdad de género algunos colegas me preguntaron si creía que habría materia suficiente para un comentario semanal. Ni yo misma sabía hasta que punto las mil batallas  que se dan cada día para acabar con la discriminación hacen que la información permita no sólo una semanal sino tal vez una diaria.

Esta semana al menos hay un par de focos de atención: Tal vez una de las más grandes injusticias es la llamada brecha salarial, un nombre un tanto odioso para definir esa diferencia entre lo que cobra un hombre y una mujer por un trabajo equiparable. Con muchos matices y particularidades el asunto es común a toda la Unión Europea (ya no hablemos del resto del mundo). Según los últimos datos sobre sueldos del INE, la brecha es para las gallegas de un 24,2%. Esto es una media porque hay sectores como el de los servicios donde los porcentajes rozan el 35%. Podríamos regodearnos en las estadísticas, pero la realidad es ineludible: las mujeres ganan menos que los hombres y este hecho se ha agudizado con la crisis.

Además de ganar menos hay sectores que permanecen cerrados a cal y canto a la presencia femenina


Decía que es un mal europeo, aunque la media de la Unión es algo más baja que la española. Lo que debe ponernos sobre aviso es que en países como Dinamarca, paradigma de la paridad y la igualdad, aunque la tendencia es a estrechar esa brecha, el llamado "techo de cristal" sigue muy presente. Para nosotras, que aún estamos en "vía de igualdad",  los expertos hablan de "suelo pegajoso": trabajo peor valorado, carente de formación y por tanto peor pagado.

Además de ganar menos hay sectores que permanecen cerrados a cal y canto a la presencia femenina. Es el caso de los estibadores en Algeciras. Unas doscientas mujeres quieren optar a los cursos de formación para convertirse en estibadoras en el puerto más grande de España,  pero  se enfrentan a la negativa de un colectivo que entre sus casi dos mil trabajadores nunca ha contado con una mujer.  Es un oficio de alto riesgo, es cierto. Se trabaja a más de 50 metros de altura  para mover enormes contenedores de mercancía, pero las mujeres defienden su derecho a poder formarse y a ser seleccionadas. Para ello se han constituido en asociación: es la prueba de que están dispuestas a dar la batalla. Y ese es, sin lugar a dudas, el camino.

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