Opinión

Entre guerras anda el juego

Al hilo de la reflexión de Paulo Coelho que hace alusión a que, se ganen o se pierdan, todas las batallas en la vida sirven para enseñarnos algo; aprovecho para verter en estas líneas mi pensamiento al respecto.

La vida es en sí misma una sucesión de guerras de mayor o menor envergadura, desde que nacemos hasta que morimos.

Hay batallas contra nosotros mismos, otras cuyos adversarios son los elementos y también existen las que se desencadenan para con los demás. 

Sea cual sea el signo de cada una, todas ellas tienen en común un desgaste creciente que, paradójicamente, precipita nuestro envejecimiento al tiempo que —con la llegada de la resolución— nos aporta una clarividencia propia de las mentes más frescas.

Porque es tan cierto que, queramos o no queramos, estamos obligados a batallar, como que de cada pelea podemos aprender una lección impagable si estamos receptivos y no permitimos que el ego mal entendido nos juegue una mala pasada. 

Por eso es mejor no contabilizar como guerras esas peleas de gallos por las que, quien más o quien menos, se ha enfrentado alguna vez y que están más ligadas a la superioridad mal entendida que a la resolución real de un conflicto.

La vida es buena cuando uno disfruta de una tregua en sus batallas y, se vuelve árida, cuando uno está obligado a seguir en la pelea…Y estas se multiplican a medida que los grupos crecen y los intereses materiales se hacen mayores; porque es entonces cuando aumenta nuestra vulnerabilidad.

Dicho esto, quizás sea más feliz quien menos tiene o el que simplemente es capaz de reducir su fragilidad aumentando su fortaleza emocional.
Una fuerza interna cuyos componentes dominantes serían la sensibilidad para respetar las mochilas que cada cual lleva a sus espaldas y la energía incombustible para sobreponerse a estas percepciones sin caer en el desánimo y con la capacidad de transformar ese posible dolor en fuerza motor.

Una resiliencia que, sin hacernos perder un ápice de humanidad, nos invita a contribuir por medio de una imparable lucha interna a aprender a hacer un mundo mejor, más compasivo, más solidario y mucho más humano.

Y esas guerras que empiezan por uno mismo son, señoras y señores, las que nos entrenan para triunfar en el campo de batalla, incluso, aunque por un momento pueda parecer que hemos perdido… Porque no hay mayor pérdida que aquella que deriva de la guerra no librada, ni mayor triunfo que el que es hermano de la seguridad, el autocontrol, el saber encajar los golpes y el ser capaz de transformarlos en energía productiva.

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