Opinión

Grado en persona


ALGUIEN DE cuyo nombre prefiero no acordarme, tras realizar a curso por año la carrera de Ingeniería Aeroespacial  y especializarse en un master universitario en Ingeniería Aeronáutica; fue llamado para realizar una entrevista de trabajo para una de las más importantes compañías mundiales de fabricación de aeronaves.  El individuo en cuestión, todavía lejano a la treintena, se calzó su mejor traje, se repeinó con gomina hasta las cervicales, se perfumó con una de las colonias más caras del mercado y asistió a la cita acompañado por una aplastante seguridad en sí mismo y un impecable maletín de piel de cabritilla en el que portaba  recortes de prensa, colaboraciones y menciones  de las que había sido protagonista a lo largo de sus no pocos años de estudio.

 Al llegar a la factoría, lo primero que le sorprendió  fue que lo hiciesen esperar en una sala plagada de otros que, al igual que él, trataban de acceder al puesto. A sus ojos, unos más desarrapados que otros y, todos, muy por debajo de la supuesta superioridad intelectual que sus padres y familiares más cercanos se habían ocupado de alimentar a lo largo de su vida entera. Tras la interviú, uno tras otro de sus compañeros de sala, abandonaban el despacho del jefe de Recursos Humanos, más o menos sonrientes. Mi conocido no cesaba de pensar que aquellas sonrisas de aparente satisfacción eran producto del buen sabor que siempre deja en la boca un satisfactorio primer contacto... y se consoló pensando que todavía no lo habían conocido a él. Él, un joven al que ya siendo niño habían educado para ser grande. Él, que había logrado estudiar una carrera para minorías… Él, que a su juicio era poseedor de una mente matemática y de un razonamiento muy por encima de la media.

La entrevista siguió los cauces de la normalidad hasta que llegó la batería de preguntas personales a las que un psicólogo-para él, por supuesto, alguien sin demasiadas atribuciones para cuestionar a todo un ingeniero aeronáutico- ; iba a someterle. Empezó por plantearle qué esperaba de la vida, a lo que mi protagonista no dudó en responder: “todo. Lo quiero y lo merezco todo”. El entrevistador arqueó las cejas con sutileza y pasó a la segunda cuestión, que se basaba en conocer porqué se había decidido por realizar aquella formación: “porque es la mejor. No todo el mundo tiene media para llegar y ello demuestra que eres más listo que la mayoría”. La tercera pregunta del, cada vez más desilusionado entrevistador, se basaba en conocer sus expectativas económicas. El protagonista de esta historia respondió: “evidentemente yo no seré mileurista. Quiero vivir muy bien. Buenos coches, buena casa y buenos viajes... Ya sabe usted, lo normal para todo un ingeniero  especializado en una de las más difíciles  ramas. He ahí dónde la pirámide se estrecha”. 

El responsable de RR.HH. no pudo contenerse por más tiempo y le espetó: “quizás usted debería plantearse un tiempo de rodaje y de darse de bruces con la realidad. No cabe duda de que ha demostrado ser muy estudioso, pero en esta empresa queremos algo más que preparación académica. Precisamos de campeones en humanidad y, le aseguro que, a día de hoy y con todo lo que estamos viendo, casi nos preocupa más que la pirámide a la que hace alusión no solamente se estreche en las formaciones que requieren un mayor sacrificio, sino que lo haga en la carrera  de la vida, básicamente, porque esa es la más complicada de todas y en ella solamente son graduados un puñado de seres verdaderamente inteligentes”.