Opinión

Un David de apellido Seoane

EL DESIERTO es un poco más inhóspito para Robert Sarver. El gol de Fernando Seoane, un currante del mundo del fútbol, un jugador que ha basado su carrera en la honradez, el trabajo y la profesionalidad, encarnó el perfecto papel de David contra un Goliath de sombrero vaquero. El de Ames ajustó bien su disparo en el 92, batió a Wellenreuther y atragantó la hamburguesa al magnate de Arizona, al que la noticia de la derrota de su juguete balear no debió gustarle.

No parece el mejor año para Robert Sarver. Sus Phoenix Suns completaron una temporada nefasta en la NBA, la Liga que conoce bien desde hace un puñado de campañas. Compró el Mallorca en enero e invirtió dólares a cascoporro, pero el rendimiento no es tan inmediato como suponía.

Ni siquiera la llegada de Steve Nash como nombre ilustre ejerció el efecto positivo en un club que parece vivir el peor centenario posible.

«No tengo ni idea de esto, solo estoy para firmar cheques», dijo Sarver nada más llegar a la isla de Mallorca. Se puso manos a la obra con lo de sacar la billetera, como si se tratase de un jeque árabe, un potentado ruso o un viejo espécimen hispano: el promotor inmobiliario salido de la nada.

La chequera echó humo en el mercado de invierno, se gastó casi un millón de euros entre traspasos y sueldos prohibitivos para la categoría de plata, trajo un técnico de renombre pero el equipo no acaba de salir de una hoguera con forma de Segunda B.

Ayer tenía enfrente a un club que mira cada euro. El equilibrio presupuestario es un credo que no se olvida. No hay millonarios yanquis en las murallas o en un yate en el Miño. Tampoco un MVP de la NBA que le de glamour al tema. Hay un equipo confeccionado a base de experiencia y calidad, con un entrenador de la casa, un mito lucense como delegado y varios exjugadores trabajando en que todo vaya bien en el estadio.

La de ayer fue la batalla de un club que quiere crecer contra uno que ha celebrado títulos en España, que disputó la final de la última Recopa de Europa, que vivió noches mágicas en la Champions. Un equipo sin apenas trayectoria, con todo el camino por recorrer, contra otro con la ruta equivocada, con el riesgo de la soga pegado al cuello a pesar de los billetes verdes en la cuenta corriente de algún banco norteamericano.

Fernando Seoane le mostró a Robert Sarver y Steve Nash que las estrellas sobre el barro no brillan. Que en el fútbol el humilde y el trabajador a veces ganan también, que no siempre vencen los de la cartera llena.

El tanto en el descuento, como quieren todos los buenos seguidores, como todo buen graderío quiere celebrar a pesar de que reste años de vida, fue un aviso a un técnico, Fernando Vázquez, cuyo currículum es envidiable, que suele hacer competitivos a sus equipos, pero al que el cagómetro se le suele disparar con demasiada frecuencia. Un cagómetro que, a estas alturas, ya habrá llegado a Phoenix en un avión de FedEx.

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