Opinión

El retorno del sencillo capitán

ERA SENCILLO adivinar cuándo Manu estaba en el Ángel Carro, cuándo acudía a O Ceao para entrenar duro, como siempre solía hacer. Era fácil saber que el gran capitán estaba recuperándose en el gimnasio en su día libre o tenía una reunión con los mandamases del Lugo en las oficinas. No era una atarea compleja porque Manu nunca cambió de coche en los años de Segunda. Si el Volskwagen todoterreno oscuro estaba aparcado en las instalaciones, entonces ahí estaba el ‘11’.

Porque ese brazalete ourensano poco cambió en apenas una década. Ni siquiera el ascenso y subir a una categoría como la Segunda División lo hizo caminar sobre las aguas. Siempre optó por tener los pies en el suelo, por conservar un carácter que se volvió cada vez más reservado de puertas para fuera.

Marcar el penalti del ascenso no le hizo tatuarse medio cuerpo. Anotar el primer gol en la categoría de plata después de veinte años no le puso ropa de marca para parecer lo que jamás sería. Firmar contratos profesionales no le envió un coche de alta gama al garaje. En la élite, a la que perteneció en el Ángel Carro y aún pertenece en el Reino de León, siguió siendo uno más, un tipo como cualquier otro. Salvo porque Manuel Rodríguez Morgade no será alguien anónimo para miles y miles de aficionados de un humilde club del norte.

Porque ese pequeño carrilero, de zancada diésel y centro de rosca siempre tendrá un sitio entre todos en Lugo. No solo por su foto fija con los brazos abiertos y lágrimas en los ojos en el Ramón de Carranza. Tendrá un lugar especial y eterno al lado de la muralla milenaria por su profesionalidad intachable, su compromiso ineludible, su cariño y fidelidad a un club que se convirtió en una simbiosis bajo su presencia.

Ambos crecieron juntos. Uno pasó de ser un modesto extremo del Ourense a jugar más de 300 partidos, muchos en Segunda, como rojiblanco. Por su parte, el conjunto lucense trepó poco a poco en el fútbol para ser el actual colíder de su segunda categoría.

El domingo volvió a la que fue su casa tantos años. Y fue fiel a su carácter sencillo. Fue como cualquiera de nosotros. Fue la grada la que lo ovacionó y la que le dio el cariño merecido. No pudo despedirse con la rojiblanca. Un tipo avinagrado y arousano se lo impidió el año pasado. Un entrenador de tupé coruñés y pose de barra de bar no le dejó este. Tampoco hubo un trato especial del club más allá de las redes sociales. Como a cualquiera de nosotros, que solo tendremos una palmada en la espalda y poco más el día de nuestro adiós, la vida lo despidió en su Ángel Carro querido con un temporal. Una ciclogénesis del cariño que más vale: el de los aficionados.

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