Opinión

Radio con botas

Los responsables, o el irresponsable de turno, se han cargado Toma uno, en Radio 3. Como "un programa referente para muchos melómanos españoles" lo calificaba en El País Fernando Navarro. Daba la noticia del "triste adiós", inesperado y sin fundamento. El programa de Manolo Fernández, creador, director e inconfundible estilo y voz, hizo escuela. Entretenía, cultivaba y abría a campos musicales a los que las programaciones convencionales ni se asoman. El "gran paraguas de la americana música", que no exige para acogerse bajo él la condición de melómano, abría sábados y domingos. Contaba con una audiencia fiel, la tercera más numerosa, según el EGM, de esa cadena de radio pública. Algunos descubrimos en esas horas los territorios que hay en el folk, la música country, el Bluegrass o la extensión del rock y el placer de rodar kilómetros con la compañía de esta música. Como seguidor de la "radio con botas" de Manolo Fernández, van allá treinta años, expreso mi disconformidad con su desaparición.

Como contribuyente puedo opinar sobre los contenidos que ofrecen los medios públicos. No todo vale, aunque lo parezca. En la oferta privada presentan lo que estiman para sus objetivos. Cuando no te guste, cambias. Incluso, sin dar ningún salto en el aire, puedo preguntar si las actuales programaciones de televisiones públicas y algunas radiofónicas responden a las mínimas exigencias de medios públicos. Hay grandes muestras de subcultura de periferia urbana. Ahí nos quieren anclados. ¿Dónde está la diferencia con una cadena comercial privada?

La audiencia —144.000 oyentes en la última oleada del EGM— muestra malestar, reclama reconsideración, como constata cualquiera que siga las reacciones. No la habrá, claro. Espero que desde algún soporte sea posible que nos instalemos en ese porche, donde había una cita los fines de semana con la americana música que definía a ‘Toma Uno’. Para hacer kilómetros en el coche y viajar por el país me va a faltar algo tan fundamental como la gasolina.

Un oyente transmite en las redes la respuesta que recibió del defensor del oyente de RNE: el convenio obliga a jubilarlo. Que no a jubilarse, que sería su decisión. El afectado no manifiesta intención ni voluntad alguna de pasar a ese estado. Para una respuesta así no se necesita ningún supuesto defensor de no se sabe quién: la podría dar Siri. Convirtieron Radio Clásica en una empanada que entre charloteo y charloteo sin fin incluye algo de música. A ver qué churrería organizan en Radio 3. Manolo Fernández, la voz y el alma de Toma uno, dejó meridianamente claro en una elegante despedida que no piensa pasar al estado de inactividad. No me vale el convenio, como si fuese un dogma de fe, para justificar que desaparezca de la programación un espacio original, singular, que funciona entre la audiencia, cuando además está dispuesta a seguir y en condiciones de hacerlo la persona que lo hace posible.

No sé si son los experimentos que mezcla gaseosa con vino sin madurar, como los cambios que se oyen en Radio Clásica, o si este adiós a Toma Uno es expresión de una incompetencia que se reviste con frecuencia como novedosa concepción de lo público. En realidad sucede que identifica el culo con las témporas.

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