Opinión

El destino, en once malditos metros

COMO EN la vida misma, en el fútbol hay clubs destinados a sufrir y otros destinados a triunfar. Quizás sea esa delgada y casi inapreciable línea del destino que ha privado al Atlético de tocar la gloria en la champions, la que engrandece a este club y sobre todo a su forma de ver, entender y sufrir con el fútbol.

Sólo los hinchas del Atlético ven el fútbol con una carga de dramatismo intrínseca, un estrés que han heredado de generación en generación y del que llegan a presumir como ese loco que grita a los cuatro vientos su delirio. Es una carga admitida, un peso emocional que forma parte de su ADN rojiblanco. Como dice Sabina, los atléticos siempre han presumido por su manera de sufrir pero al mismo tiempo ansiaron con una fe inquebrantable que algún día ese pesimismo tendría que cambiar. Y lo cierto es que cambió en el año 2011.

La llegada de Simeone borró para siempre el apodo que Vicente Calderón le pusiera a los suyos entre tanto disgusto y malfario. El Atlético era el 'Pupas'; sobrenombre que molestaba enormemente a Luis Aragonés y a aquel Atlético que en mayo del 74 sufría el primer gran varapalo ante el Bayern con aquella cuchillada de Schwarzenbeck en la prórroga de Heysel.

En 2011 Simeone cambió los códigos y el destino del club. El Atlético dejó de ser un club perdedor; el Cholo cambió la mentalidad de la plantilla y de los hinchas. Reseteó a un equipo que se había acostumbrado a perder y les hizo creer a todos que a base de esfuerzo, podrían tratar de igual a igual a los mejores equipos de Europa.

Y así fue; en 4 años llegaron una Liga, una Copa del Rey y una Europa League. Quedaba el reto de levantar la Champions y ahí, el Cholo, volvió a romper barreras, plantándose en dos finales en tres años.

Pero después del partido de San Siro, Simeone está hundido, refugiado en su gente y lo cierto es que no es para menos. Después del varapalo sufrido en Lisboa en 2014, este domador de mentes había logrado reactivar a su milicia hasta plantarse en otra final y ante el mismo enemigo. Era la batalla perfecta pero en caso de derrota, el golpe mortal sería más fuerte.

El Atlético ha sido el único equipo que no ha logrado ganar la Champions después de jugar tres finales. Tres finales de las que nunca salió derrotado tras los 90 minutos reglamentarios pero un partido de desempate, una prórroga y la lotería de los penaltis han devuelto al Atlético a la esencia vital de su sufrimiento.

El curador de males deja entrever que es tiempo de pensar. Simeone se ha tomado la derrota como un fracaso personal y lo ha aireado a los cuatro vientos. Pueda que necesite tiempo, reciclarse, buscar otros retos…pero si se va, ese sí que sería un final dramático para un club acostumbrado a creer y a llorar. No se entiende el actual Atlético sin Simeone pero el Cholo no comprende la estricta disciplina del trabajo si ésta no trae consigo el éxito.

Quién sabe, puede que un simple penalti acabe por cerrar la etapa más dorada del club del Manzanares. Once metros, un penalti, esa delgada y casi inapreciable línea del destino.

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