Opinión

El brazalete vacío

FALTABA UNO en el asiento del autobús. El más importante en un partido como el de este sábado. Faltaba uno en el avión, y en la habitación del hotel. Ya no estaba Rubén García para darle conversación, para hablar de fútbol hasta las tantas, para charlar de su tierra siempre añorada, o probablemente de amigos y experiencias comunes de su ciudad y provincia.

Faltaba uno en el punto de penalti en el Ramón de Carranza, o en el césped, o en el banquillo, o en la convocatoria, o en la grada del maravilloso estadio gaditano. Faltaba uno sin el cual ninguno de los otros 18 más el cuerpo técnico, personal y directivos estarían ahí. A lo mejor habrían viajado a León, a Tudela, a Boiro o a Guijuelo. Faltaba uno, aunque fuese por el respeto a una figura querida y venerada por una afición a la que se reclama, pero a la que a veces tampoco se da. Se esgrimirá que lo importante son los puntos, y lo son.


El fútbol son sentimientos, emociones, vinculación y empatía con los que son como tú


Se pondrá como eje del argumentario que esto es ya un negocio, y lo es; que la tabla manda y no hay lugar para sentimentalismos. Puede que sean razones de peso. Pero en muchos aficionados el fútbol no solo son cifras. Quizás sea un lado naïf, inocente y nostálgico el que resista a este fútbolnegocio dominante y altanero. El fútbol también es otra cosa, y en esa otra cosa el que faltaba reina con mano de hierro y un brazalete eterno.

Este deporte no solo es la audiencia de televisión y la cuenta corriente limpia y lustrosa. El fútbol es quedar con los amigos para ir juntos al campo, aunque sea en días y a horas imposibles. Es sentarse en la grada y oler el césped, sentir el aliento de la afición, gritar hasta quedar afónico, aunque haya que hacerlo con un frío que pela, la lluvia calando hasta el cuello y una multa por haber aparcado mal. Es hacer la previa con las cervezas en la mano y las risas y los recuerdos en el aire. Es que un niño se haga una foto con su ídolo. Es viajar con el equipo gastando lo que no se tiene y celebrar un triunfo en campo del eterno rival. Es llorar por un ascenso o por un título. El fútbol son sentimientos, emociones, vinculación y empatía con los que son como tú, sean o no de tu mismo equipo.

Sin esos intangibles, sin ese sentido de pertenencia que va más allá de lo entendible no habría tampoco billetes. Sería como un estudio de cine, como un programa de telebasura, como un mal libro que no te haga pensar. Sería algo prescindible, que no determina tu vida, que no genera broncas familiares, debates por el mando de la televisión, noches sin dormir, nervios insoportables toda la semana o el terror agudo en noventa minutos decisivos. Sin creadores de recuerdos como el jugador que faltó en Cádiz esto no sería lo que es. Jamás. Al menos para la gente que acude al Ángel Carro. Una marea humana que se volvió loca una tarde de San Juan en 2012. Una parte de todo eso se borró este sábado. Con una lista, sin el 11 en el asiento del autobús. Against modern football.

Comentarios