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No diga D'Hont, diga Adolfo Suárez

La norma contra la que protesta Rivera la creó su ídolo político, "el padre de la Transición" y su aplicación en Cataluña favorece al independentismo como en Galicia lo hace con el PP

Antón Sánchez (en el centro). AEP
photo_camera Antón Sánchez (en el centro). AEP

LÁSTIMA QUE NO EXISTA la ley de D’Hondt tal como se entiende en la «sabiduría popular española», en palabras de los politólogos del colectivo Piedras de Papel, y como todavía se puede escuchar y leer en los medios de comunicación audiovisuales y escritos, aunque, afortunadamente, suceda bastante menos que hace unos años, cuando no había la costumbre de ponga un profesional de la Ciencia Política en su mesa que se fue imponiendo a partir del éxito de Podemos.

Estos días se han podido ver cosas como ésta de La Razón: «La Ley D’Hondt, por la que cada provincia catalana es una circunscripción, da como resultado una representación muy desigual que beneficia a Lérida, Gerona y Tarragona en detrimento de Barcelona». O esta otra de los diarios del grupo de La Nueva España, en respuesta a la pregunta de los motivos por los que los independentistas tienen la mayoría de los escaños pese a que cuentan con el 47% de los votos: «La razón estriba en la ley d’Hondt, que rige la legislación electoral en España».

Así que hay una ley d’Hondt, que es la norma electoral vigente en España. Pues no. Y es una pena porque como el señor d’Hondt era un jurista belga, nacido en Gante en 1841, se podría relacionar su nacionalidad con el exilio de Puigdemont y concluir que existe una conspiración pro catalanista por parte de ese país de grandes consumidores de mejillón gallego, lo que, ya puestos, tal vez tenga algo que ver.

Si se le quiere poner un nombre y un apellido a la ley electoral española, lo más justo sería recurrir a los del presidente del Gobierno que la creó. Y como, según el unánime parecer de todos los autores de la Ciencia Política y el Derecho que han escrito sobre esta cuestión, la actual Ley Orgánica del Régimen Electoral General de 1985 es en realidad una continuación del Real Decreto-ley sobre Normas Electorales de 1977, resulta interesante comprobar quién lo firmó.

En la página 660 del BOE del 23 de marzo de 1977 aparece, junto al nombre de Juan Carlos I, el del entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez. Su sistema se basa en circunscripciones provinciales en su mayoría con muy pocos escaños, que son las despobladas y más conservadoras, pero que aun así tienen más diputados de los que les toca por población, en detrimento de las más pobladas y más de izquierdas.

En estas circunscripciones es donde se reparten los escaños a los partidos según una concreta fórmula matemática. Allí donde hay pocos escaños en juego, es decir en las provincias en las que arrasaba UCD, favorece a las fuerzas mayoritarias. Donde hay muchos escaños, es decir donde no ganaba UCD, el reparto respeta a las minorías. Esa regla matemática fue ideada por Víctor D’Hondt y a menudo se le llama «ley», pero no es una ley jurídica, sino aritmética.

Si en los resultados catalanes del jueves se aplica en vez del método D’Hondt el de Hare, el más proporcional de los propor-cionales según el Consejo de Estado, el independentismo sigue teniendo la mayoría absoluta, aunque por los pelos, pues la clave está en las provincias, sobre todo en el muy diferente número de escaños que se juega en cada una de ellas y, también, en que las rurales tengan más de los que deberían.

«Esta criminal ley electoral, inaguantable para la igualdad de los españoles», dijo Rivera en un calentón ante las bases de C’s en la noche del 26 de junio de 2016. El problema es que esa ley que tanto critica la creó su gran ídolo, Adolfo Suárez, el político que más hizo por los catalanes según Arrimadas. En Cataluña se aplica directamente, porque no se aprobó una propia, y beneficia al independentismo. En Galicia también se aplica, aunque camuflada como ley gallega, y favorece al PP, al igual que en España.

Antón Sánchez y la lucha por traer a En Marea a la tierra

«O terrícola, o único do seu grupo que vive neste planeta». Así apodaban algunos diputados del PP a Antón Sánchez cuando se estrenó como parlamentario en la pasada legislatura. El «bueno de Antón». como hasta le llama el portavoz oficioso de Feijóo y que tanto lucha por imponer la racionalidad en el disparate de En Marea, tuvo «unha dor de moas» en el corazón. Que se recupere.

La nueva gran paradoja del procés es que favorece a Feijóo
LA CANDIDATURA de Inés Arrimadas obtuvo el domingo 3 diputados más de los que le hubieran correspondido en un Parlament totalmente proporcional, mientras que la de Puigdemont tuvo 5 más y la de Junqueras, 3. En el otro lado, el PSC, los comunes y la CUP tuvieron cada uno 2 escaños menos de los que les tocarían en puridad; el PP, 3 menos y el PACMA, 1. Se trata de una aproximación utópica, pues los sistemas electorales siempre producen alguna distorsión, la cuestión reside en su grado, en si es muy elevada o leve. En todo caso, en este supuesto los independentistas no tendrían la mayoría absoluta, como también podría suceder si los escaños se distribuyesen entre cada circunscripción en función de la población, como se hace en Portugal.

Es muy revelador ver los efectos que tiene el sistema electoral en cada partido. A Ciudadanos le ha dado un 8% de escaños más de lo que le tocaría proporcionalmente, mientras a Junts le concedió un 16% más y a Esquerra, un 10%. Al resto los castigó, con un 10% menos de diputados para el PSC, un 21% en el caso de los comunes, un 34% en el de la CUP y un 48% en el del PP.

Como bien decía el jueves en La Sexta el politólogo Lluís Orriols a Ciudadanos el sistema ya no le perjudica, sino que le beneficia. Es cierto que se da la anomalía de que siendo el partido más votado su premio es menor que el del segundo, el de Junts. Es lo que ya sucedió una vez en las elecciones al Congreso, en 2004, cuando el sistema le dio a Rajoy una ventaja mayor que a Zapatero, por lo que si la diferencia entre PSOE y PP fuese más pequeña, los populares habrían sacado más diputados con menos votos.

De todos modos, lo más relevante de las elecciones catalanas del jueves es que, después de que «pasou o que pasou», se eligió el segundo Parlament independentista de la historia, pues hasta 2015 los partidos que defendían la secesión eran minoritarios. Y con la paradoja de que, al haberse presentado por separado Junts y ERC, la primera fuerza en escaños y votos es precisamente la que ha crecido como reacción contra al procés, Ciudadanos.

Otro fruto paradójico del procés es que beneficia a uno de los líderes del PP que más beligerancia ha mostrado con él y que también ha sido uno de los que ha alimentado el independentismo con algunas declaraciones, como la de «hoy Galicia paga y Cataluña pide» o la de negarse a negociar con la pistola del separatismo sobre la mesa. Se trata del presidente de Feijóo, que tras el descalabro del PP aparece, de nuevo, como su única alternativa de futuro. Tras el injusto y bastante escandaloso ninguneo al que le sometió el aparato de la calle Génova después de su salvador éxito electoral del año pasado, cuando le hicieron compartir escenario en el congreso del partido nada más y nada menos que con Albiol, lo natural sería que ahora pidiesen su ayuda y hasta que fuese a Madrid de redentor.

Es muy pronto para saber lo que puede suceder. Lo que está claro es que Mariano está tan quemado como solo es capaz él de soportar sin rendirse y que Soraya está kaput, que diría ella. Y que a diferencia del año pasado, en vísperas de las gallegas, el PP sí se puede permitir sacar de Galicia a un Feijóo que se puede considerar que lavó en las urnas sus fotos con Dorado.

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