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La casi olvidada ceniza de octubre

La apertura de la devaluadísima comisión de los incendios puso de manifiesto el martes la inconsistencia de la tesis presidencial del "terrorismo incendiario", perdonada por la oposición

No resulta difícil imaginar como actuaría el PP de Núñez Feijóo en la oposición después de una crisis como la que vivió Galicia el fatídico fin de semana del 15 de octubre, durante la que un Touriño, el presidente de una Xunta de centro-izquierda, hubiese centrado todos sus mensajes públicos en denunciar un ataque de "terrorismo incendiario" del que dieciséis semanas después hubiese como únicos rastros policiales conocidos el controvertido paso por la cárcel de un vecino que asaba un chorizo y la detención de una anciana que quemaba rastrojos.

Al contundente, desacomplejado y atento a su contemporaneidad PP alejado del poder le faltaría tiempo para denunciar el caso de los incendios como la primera 'fake new' de la historia de Galicia, no porque antes no hubiera otras noticias falsas en la tierra a la que dicen llegó el cuerpo del apóstol desde Palestina en una barca de piedra, sino porque no se manejaba tal concepto.

Ese PP con Rajoy a la cabeza que acusaba a Touriño de tener un coche más caro que el de Obama y que convencía a la opinión pública mientras todas las seguridades económicas y laborales de la turbo España se hundían en la enorme sima de la crisis que Zapatero negaba es posible que tuviese ahora como bandera sonora de su ofensiva el inicio a las 11 de la noche del 15 de octubre, después del fútbol, del especial de la Radio Galega. Arrancó con la afirmación de que "o terrorismo incendiario golpea Galicia", lanzada sin el apoyo de dato alguno por una emisora pública que dirige una interventora electoral del partido gubernamental.

Tiene suerte Feijóo de no sólo no enfrentarse a un clon de sí mismo, sino de medirse contra una oposición que no sigue su libro de instrucciones ni ningún otro conocido, de manera que, tras la reanudación de la actividad política después del paréntesis navideño, hay que reconocerle al PP el éxito de estar consiguiendo tapar de forma eficaz el recuerdo de la ceniza del 15-O.

Siempre se puede aplicar lo que en un ataque de modestia comentó Fraga tras su más incontestable triunfo, el de 1993, cuando reconoció que lo que había enfrente no era para echar cohetes y también se puede tener presente que la cuestión catalana eclipsa el resto de la actualidad. Pero la evidencia es que a los populares les funciona su apuesta por pasar página, esa que se vio en varias entrevistas al presidente de la Xunta en medios madrileños en las que habló de 2017 como un buen año para Galicia, con la sequía como único problema.

Los populares empezaron a sortear la crisis de las casi 50.000 hectáreas ardidas y los cuatro fallecidos en los incendios de poco más de un fin de semana con la comparecencia del 7 de noviembre del presidente en la que este aprovechó la división de la oposición, a través del frente común de En Marea y PSdeG contra su enemigo pequeño, el BNG. Se creó un clima de diálogo entre Feijóo, Villares y Leiceaga para trasladar el debate a una comisión especial, no de investigación, en la que el rodillo del PP impuso que no comparezcan ni el presidente ni el vicepresidente de la Xunta. La oposición pataleó, pero no siguió el ejemplo del boicot popular a idéntico órgano en 2006.

El martes, en la primera comparecencia, la del profesor Juan Picos, uno de los mayores expertos forestales, parecía que, como en las preguntas a Feijóo, la cuestión de la trama terrorista había desaparecido, hasta que Paula Quinteiro, de En Marea, la rescató. Picos le respondió con dos frases: "Non creo que haxa ninguén que se poña de acordo, aquí e en Portugal, para xerar un problema de tal magnitude" y "é unha aproximación moi fácil que non resiste a análise". Es obvio, pero sin aclararlo, no se puede desentrañar lo que pasó el 15-O.

Feijóo.

Feijóo, como pez en el agua en los salones del poder madrileño

La constatación del callejón sin salida al que conducen los delirios indepes tras el 1-O ha llevado al Gobierno a la euforia, como si el problema catalán fuese ahora Puigdemont, como antes decían de Mas, y no más de dos millones de personas. En breve se publicará el muy temido en el PP sondeo del CIS. Y Feijóo sigue con su gira, cual pez en el agua en los salones del poder madrileño.

Domingos Merino, el alcalde que no quiso ser localista

Al mitificar la figura de Domingos Merino como primer alcalde nacionalista y de izquierdas de A Coruña la progresía de esa ciudad suele pasar por alto el discutible modo con el que este político fallecido esta semana pasada llegó al despacho principal de la plaza de María Pita tras las elecciones municipales de 1979, las de la restauración de la democracia local. Al frente de Unidade Galega (UG), la coalición del Partido Galeguista y de las dos patas que de lo que acabó siendo el Partido Socialista de Galicia-Esquerda Galega (PSG-EG), logró un resultado espectacular, de cinco concejales, pero quedó de tercero, por detrás de la UCD, con ocho ediles, y el PSOE, que con sus seis actas era la primera fuerza del centro-izquierda y a la que le correspondería la alcaldía, pues con los dos votos del PCG y los dos del Bloque había una mayoría progresista. Domingos Merino. EP

En su biografía no autorizada de Paco Vázquez, A pegada dun príncipe, los periodistas Luis Pita y Primitivo Carbajo cuentan la maniobra de UG de simular que iniciaba negociaciones con la UCD, lo que forzó al PSOE a aceptar su exigencia de entregarle la alcaldía de A Coruña, a cambio de su apoyo en las otras ciudades gallegas.

Así que, aunque sí haya una coincidencia en la estética desenfadada y en el rechazo por parte de los poderes fácticos coruñeses, la llegada de Domingos Merino a la alcaldía en 1979 no resulta comparable con la de 2015 de Xulio Ferreiro, el exmilitante del BNG que al frente de la Marea Atlántica conquistó su legitimidad en las urnas, al empatar con el PP a diez concejales.

Aunque solo aguantase dos años en el poder, Merino se ganó por derecho propio un lugar en la historia reciente de Galicia, como representante del país que no fue, pero que debería haber sido. Lo consiguió a través de una silla vacía, la que dejó en abril de 1979 en un acto convocado por plataformas sociales en defensa de la capitalidad de A Coruña, bajo un aroma antiautonomista y de nostalgia del franquismo. Sí que asistió el socialista Francisco Vázquez, que inició así la escalada que le llevaría a la alcaldía con mayoría absoluta en la primavera de 1983 y después de renunciar al liderazgo del PSOE gallego tras el dramático pleno del Parlamento de la noche de San Juan de 1982, en la que se aprobó fijar la capital de Galicia en Santiago con la única oposición de ocho diputados herculinos.

La apuesta demagógica que hizo Paco Vázquez, en defensa de la tesis de que la sede de la instituciones periféricas del Estado central convertía a la ciudad coruñesa en la capital natural de Galicia frente al sentimiento de todo el resto, resultó tan exitosa que pervive hoy en versión viguesa a través de su alumno aventajado Abel Caballero, con nefastas consecuencias para la organización racional del país. Puede aducirse que Merino no se puso al frente del movimiento localista coruñés porque era nacionalista, pero la militancia en el BNG y la UPG no le ha impedido a Fernández Lores abanderar en Pontevedra la defensa de la capitalidad de la provincia, pese a que el galleguismo surgió precisamente en el siglo XIX frente a la división provincial. La silla vacía de Merino supuso un suicidio político, pero le honró por su responsabilidad y sentido de país.

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