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Arde nuestra patria forestal

DEJAMOS CRECER UN BOSQUE asesino. El lamento estremece. Lo escribió en un blog, el domingo, al calor de las cercanas llamas exterminadoras, un catedrático jubilado de Derecho Constitucional de la Universidad de Coimbra. Antiguo parlamentario comunista y uno de los padres de la versión original de la vigente Constitución portuguesa, el también exeurodiputado socialista Vital Moreira se rebelaba así contra la tesis de que, sin más, el fatídico incendio de Pedrogão Grande fue el producto de unas condiciones meteorológicas excepcionales, de un rayo que cayó sobre un secarral, en una jornada de humedad casi inexistente y viento furioso. Así, bajo el expresivo encabezamiento de "Portucaliptal", esta ya vieja gloria de la política lusa ponía el foco en la deficiente planificación forestal.

"Infelizmente em Portugal, nas últimas décadas escolhemos deixar invadir o país por eucaliptos, sem qualquer ordenamento. Enormes áreas, mesmo nas serranias de difícil acesso, estão ocupadas pela monocultura extensiva do eucalipto, pasto privilegiado para os fogos florestais", escribió Vital Moreira. Si en vez de Portugal pone Galicia y si en vez de utilizar la normativa del "português padrão" usa la de la Real Academia da Lingua Galega, su texto sería igual de correcto y pertinente.

El eucaliptal atlántico que se extiende desde A Mariña hasta O Alentejo también nos une a Portugal, que en relación a su superficie arbórea tiene diez veces más incendios que España

"A Galiza é a minha patria espiritual", afirmó el tan añorado José Afonso. Es precioso, porque además no deja de ser la verdad, aunque muchos portugueses quieran ignorarlo, como también ocurre en igual o mayor medida a la inversa. Resulta mucho menos bonito, aunque sea igual de cierto, proclamar que lo que arde estos días al sur de Coimbra, a la altura de la provincia de Cáceres, es también nuestra patria forestal. Se trata del mismo eucaliptal que, con interrupciones, se extiende desde A Mariña hasta O Alentejo, mientras sólo lo detienen la altura y las aglomeraciones urbanas.

Una foto de la Autopista del Atlántico puede confundirse perfectamente con otra de la Autoestrada do Norte, la que une Lisboa con Porto, en medio de los eucaliptos, esos árboles ennegrecidos que flanquean la llamada "estrada da morte" sobre los que estos días flotan los drones de las televisiones para recrear el horror inimaginable de esa nacional 236-1 en la que perecieron 48 personas. Algunas huían de la cercana playa fluvial de palapas caribeñas en la que se sintieron amenazados por el fuego cercano. Constituyen la mayor y más lacerante parte de las al menos 64 víctimas de los incendios en la comarca conocida en Portugal como Pinhal Interior Norte. Pero el pinar hace tiempo que quedó bastante menguado en esa zona, bajo un largo y negro historial de incendios y de repoblaciones forestales.

Pero los árboles no matan. El eucalipto tampoco. Y hay zonas de Ourense que arden con similar cadencia que Pinhal Interior Norte sin tratarse precisamente de eucaliptales de esos en los que los llamados incendios de copa se expanden por arriba a la velocidad del rayo. Todo es mucho más complicado.

Si en España hablar de incendios forestales remite habitualmente a Galicia, hacerlo en la península Ibérica remite a Portugal. Las cifras oficiales de los dos estados señalan que el luso ha sufrido en lo que va de siglo el 53% de los fuegos ibéricos. En proporción al tamaño de su superficie forestal Portugal ha tenido desde 2000 diez veces más incendios que España.

En verano no es raro ver como en los telediarios portugueses hablan del grave riesgo de que se unan grandes incendios originados en ayuntamientos distintos, que con frecuencia no fueron controlados al principio por falta de medios. Son catástrofes que recuerdan a las de Galicia en los años 80 o en 2006, aunque en ese año el problema no fuese tanto la insuficiencia del dispositivo, sino el amago precipitado de reducirlo cuando no se había desactivado la bomba de fondo, la del abandono y descontrol del monte listo para explotar, y hacerse asesino como escribió Vital Moreira.

El Gobierno del primer ministro António Costa afronta una crisis de proporciones gigantescas, que pone fin a la fase en la que su inédito Gobierno apoyado por los comunistas y el Bloco de Esquerda se había consolidado de forma tan robusta como sorprendente, gracias a su política de vuelta atrás en la austeridad salvaje aplicada con entusiasmo por el conservador Passos Coelho a las órdenes de la troika.

Passos no se ha hecho fotos con la manguera como Feijóo, pero ya está avisando que va a pedir explicaciones. Y Costa debe darlas. Sobre todo para aclarar los motivos por los que la ya conocida como "estrada da morte" no fue cortada al tráfico, además de aclarar la aparente imprevisión para hacer frente a un año que su propio Gobierno había calificado como excepcional en materia de incendios. En vez de negar la evidencia como hizo este martes por la noche en televisión debe asumir las responsabilidades políticas de la catástrofe y cesar, por lo menos, a la ministra del Interior, para no repetir el error del nacionalista Suárez Canal, el conselleiro de Medio Rural del bipartito. Así podrá afrontar con legitimidad la receta de Suárez Canal, que sí era la correcta, la de acometer la reforma forestal pendiente, con medidas como la moratoria del eucalipto que el Gobierno de Costa anunció en marzo pero que está pendiente en el Parlamento.

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