Opinión

Sin luz al final de las galerias

LAS MODAS son tan caprichosas que un día te coronan milla de oro y al otro pugnas por el trono de la decadencia. En esas están, codo con codo con las estaciones de autobuses, las galerías comerciales, esos pasadizos que atravesaban todo preciado edificio ochentero y servían de refugio a familias enteras: los padres iban de compras y los hijos regateaban el precio del kalimotxo en garitos ciegos —sin ventanas, se entiende— que destilaban alcohol pero no elegancia. Esa era la tónica de los pasajes, cuyo gris pintarrajeado de spray y humedades no tuvo cabida en la paleta de colores del siglo XXI, y hoy, sin luz y sin vida pero impenetrables para la piqueta, languidecen recordando tiempos mejores.

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