Opinión

Déjà vu en Barcelona

DOS MESES después, la historia se repetía en el mismo escenario aunque en un contexto muy diferente. Miles de fans asistíamos el pasado jueves en Barcelona al recital de la mítica banda alemana Scorpions, quienes optaron por proyectar una gigantesca Rojigualda en sus pantallas como atrezzo en una de sus canciones. Mi primera reacción fue de estupor. "No sabéis lo que se os viene encima", pensé. Y efectivamente, la reacción del público no se hizo esperar. Una buena parte respondió en forma de atronadores silbidos, que solaparon los abundantes decibelios que brotaban de los altavoces, mientras los menos optaron por aplaudir vigorosamente en un intento estéril por encubrir los pitos. Si bien es cierto que otros, probablemente la inmensa mayoría y entre los que yo me incluyo, nos mantuvimos en silencio tratando de disfrutar de la música en la medida de lo posible. Inmediatamente mi subconsciente me situó a escasos kilómetros de lugar del concierto, en el Camp Nou, donde se disputó el pasado 30 de mayo la polémica final de la Copa del Rey entre Barcelona y Athletic, equipos que serán multados con 66.000 y 18.000 euros, respectivamente, por los abucheos al himno de algunos de sus hinchas. Estas sanciones, aunque testimoniales teniendo en cuenta el volumen económico de los clubs, están llamadas a sentar precedente en cuanto al vilipendio de los signos patrios. Claro está que ni la repercusión de los eventos es la misma, ni un concierto tiene carácter oficial. Pero el desenlace es similar, y es que al finalizar ambos eventos se hable más de política que de música o de fútbol. Quizás la solución está en perseguir a los que pitan, aunque podríamos preguntarnos hasta qué punto son imprescindibles las banderas e himnos  nacionales en eventos deportivos y musicales.

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