Opinión

Nosotros, los vulnerables

El covid nos ha demostrado vulnerables. Esa debilidad percibida nos sitúa en un marco cultural en el que no somos más que un casi insignificante minúsculo engranaje, teóricamente racional —la realidad de determinados comportamientos evidencia una evolución hacia otras características próximas al salvajismo—. Las referencias han cambiado, se han revelado con la crudeza de una crisis casi sin precedentes, de manera especial por su carácter global, inmediato, participativo —esto último no sería grave, pero la falta de madurez de la masa hace que su intervención sea de escasa calidad, muy poco útil y muy engorrosa e invasiva, desestabilizadora—. Como en la antigua Grecia, hemos de recurrir a los sabios.

Los riesgos son evidentes. Se está produciendo un verdadero cambio de paradigma en ámbitos como el económico, el político, el social. Nada ni nadie ha quedado excluido en un proceso que conlleva evidentes ventajas, pero cuya aceleración se corresponde con la de un mundo global interconectado, irreflexivo y penetrante, en el que, por ende, se anuncian cambios exponenciales, todavía más rápidos e impositivos en sus novedades, menos emocionales. Nacerán de la inteligencia artificial, que conllevará herramientas cargadas de intereses espurios. Seremos reos de manipulaciones, ideologías, incitaciones al consumo y decisiones ejercidas por máquinas sin alma, es decir, sin entendimiento humano de los hechos y decisiones, que condicionarán nuestro devenir al servicio de no se sabe muy bien quién.

Sabemos que es imprescindible restituir o sustituir las identidades sociales, las relaciones, identificar las nuevas culturas, etc. Algunos intelectuales apuntan la necesidad de hallar nuevas utopías.

Estamos ante una gran crisis sistémica, imposible de obviar. Cabe pues afrontarla, en primer lugar, evaluando y confrontando sus riesgos —poder, mafias, etc.— y virtudes —bienestar, ocio, etc.—. hay que aceptar los cambios, las alternativas, pero siempre con disposición para detenerse en ese punto en el que pueden diluirse la moral o la ética, surgir los riesgos de deshumanizarnos. Hay valores insustituibles.

El liberalismo al que estábamos acostumbrados, esa necesaria doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes público, sufre una seria brecha, sin alternativa conocida más allá de los aludidos postulados dictatoriales o casi mafiosos.

Nos esperan ruido, mentiras, desmemoria, incertidumbre, ecos, silencios. Confiemos en que la nueva generación de pensadores, que los hay y muy acertados —Pascal Quignard, Byung-Chul Han, etc.— sean escuchados en sus reflexivas propuestas, cuestionemos, discutamos, hagamos nuestras aportaciones de manera altruista. Pues, como diría el filósofo surcoreano residente en Berlín, al que acabo de citar, «la forma de curar esa depresión es dejar atrás el narcisismo. Mirar al otro, darse cuenta de su dimensión, de su presencia. Porque frente al enemigo exterior se pueden buscar anticuerpos, pero no cabe el uso de anticuerpos contra nosotros mismos.» La actualidad política así lo demuestra.

La solución pues está en nosotros, los vulnerables. Por ahí debemos comenzar, por conocernos, por saber lo que queremos y por actuar con respeto y decisión, tras fortalecer nuestras convicciones.

Horacio dice que si la noche nos ha sorprendido, nuestra vista no es la única que tiene la culpa.

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