Opinión

España viva

Ante lo excepcional hay que responder con grandiosidad, generosidad y amplitud de miras. Ante lo urgente, hay que actuar con rapidez; ante lo inexplicado, con prudencia. Siempre ha de hacerse con seriedad y aplomo. Lo emocional debe ser relegado, pero no olvidado; lo intuitivo ha de ser sopesado, no descartado. Todo ha de adquirir normalidad, control, equidad. Una pandemia no se ataja con palabras, que sí ayudan y serenan; una amenaza grave para la salud no se detiene con mascarillas, pero se refrena.

Hay que releer a Baltasar Gracián, en su ‘Oráculo manual y arte de la prudencia’: pensar anticipado hoy para mañana, y aun para muchos días. La mayor providencia es tener horas de ella; para prevenidos no hay acasos, ni para apercibidos aprietos. No se ha de aguardar el discurrir para el ahogo, y ha de ir de antemano; prevenga con la madurez del reconsejo el punto más crudo. Es la almohada Sibila muda, y el dormir sobre los puntos vale más que el desvelarse debajo de ellos. Algunos obran y después piensan: aquello más es buscar excusas que consecuencias. Otros, ni antes ni después. Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo: el reconsejo y providencia dan arbitrio de vivir anticipado. El jesuita sabio conocía muy bien a los españoles, sus virtudes e imperfecciones.

A Unamuno le dolía España. En su época el sentimiento de pena, aflicción y orgullo estaba dañado por la descolonización y, muy en especial por Cuba. «Es cuestión de honradez —decía don José Ortega y Gasset— que siempre que se pongan en contacto unos cuantos españoles comience por aguzarse mutuamente la amargura... Gravitan sobre nosotros tres siglos de error y de dolor... España es un dolor enorme, profundo, difuso». Ahora vivimos en nuestra circunstancia, y seguimos padeciendo, además del Covid-19, una forma de ser, estar y entender. Gozamos de características mayúsculas en el orden humano y profesional, somos únicos para lo lúdico, para el espectáculo, pero que con frecuencia nos vemos atravesadas por las flechas hirientes del orgullo, la envidia y la desconfianza.

Antonio Machado afirmaba que en España, de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. El poeta andaluz tras hablar de un país zaragatero y triste, lanzaba su música para afirmar que el español «cuando se digna usar la cabeza, aún tendrá luengo parto de varones» y de hembras —añadiríamos hoy en afortunada defensa de la igualdad entre géneros—. Somos así.

Los muertos siempre son demasiados, como son excesivas las heridas y las grietas que producen. Las enfermedades de 1898 y la del 1936 perviven en los habitantes de la piel de toro casi un siglo después, no para alertar y como referencia para evitar repetir errores, lo que resulta imprescindible, bien al contrario, subsisten para dividir, mantener rencores y revanchismos en una España que transitó hacia la democracia, se modernizó y se posicionó en el mundo global de forma ejemplar. 
Hoy siendo los mismos somos mejores, más cultos, más educados, más mundanos y, si me permiten, más ricos. A qué viene tanto rencor en medio de crisis de alcance mundial. Somos el mejor país del mundo para vivir y disfrutar, parece que lo somos para todo menos para tolerar a quien piensa diferente.

La esperanza común sigue estando en el pueblo, al que la política tiene que dejar de dividir. No es momento de discrepar

El republicano Emilio Castelar, que vivió muchos años desterrado en Francia, donde entabló gran amistad con Victor Hugo, a quien visitaba asiduamente en París, contó que durante una de las conversaciones que ambos mantenían, el literato francés le dijo: «Yo señor Castelar, de no ser francés querría ser español, ¿y usted?». Castelar respondió: «Yo, de no ser español, me gustaría serlo». A mí también me gusta ser español, no sé si a ustedes les ocurre lo mismo, pero eso es grande, muy grande. Ya habrá tiempo de que cada uno defienda su identidad o su ideología. Yo adoro a Galicia y a España, a sus culturas complementarias y comunes, lo que no me permite excluir a nadie, piense como piense.

Antes de suicidarnos, es preferible parafrasear a Larra, con aire español pícaro: Aquí yace media España. Vivió —él dijo murió— de la otra mitad. Le corregiremos para recitárselo a médicos, enfermeras, militares, fuerzas de seguridad, voluntarios, religiosos, periodistas y a cuantos nos hayan ayudado a sobrevivir: Gracias por salvarnos de nosotros mismos y del coronavirus. Salud y vida.
La esperanza común sigue estando en el pueblo, al que la política tiene que dejar de dividir. No es momento de discrepar. Curémonos de nosotros mismos y arreglemos esto cuanto antes. Nuestros mayores, nuestros niños, nuestros jóvenes, los ciudadanos en general, demandamos un esfuerzo conjunto. Si algo tienen que cambiar es la mala política, hay que conseguir una nueva actitud, un consenso en lo esencial. Basta de caretas, ahora toca mascarillas y, esperemos que en muy poco tiempo, abrazos del tamaño de España, de esa nación mayor que tanto amamos y a la que podemos matar si querer por consecuencias derivadas de un virus bárbaro.

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