Opinión

No ser infiel es un problema

JORGE RECIBIÓ la primera foto de su compañera de gimnasio entre la incredulidad y el desafío propio: "la miro o no la miro". Sorprendido estaba, eso era algo evidente. La muchacha le había dado alguna que otra indicación acerca de su interés por él, pero Jorge no se lo había tomado en serio. Le había hecho gracia, desde luego que sí, pero no se había parado a pensarlo. 

Tenían el número de teléfono uno del otro por algo que ya es un clásico a estas alturas de la historia mundial: un grupo de whatsapp. El que creó el profesor con sus alumnos para indicarles un cambio de hora en la clase y demás asuntos propios del gimnasio. Así que ella rescató entre los participantes del grupo el número de Jorge y emprendió su propia hazaña heroica: conseguir que el chico que le gustaba le hiciera caso. El caso es que Jorge ya tenía su propia historia de amor y había comenzado quince años atrás. Incluso las consecuencias de su historia tenían nombre: dos para ser exactos, chico y chica, catorce y doce años. 

Habría que destacar llegados a este momento que las muestras de afecto, o los halagos acerca de su físico que le regalaba la chica del gimnasio hacía tiempo que no se oían por su domicilio conyugal. Es tan solo un dato. Otro es que Jorge y su mujer se encontraban en la cama básicamente para dormir. Salvo en ocasiones especiales, tipo cumpleaños y aniversario, en aquel dormitorio no había más brazos trabajando que los de Morfeo. Es tan solo otro dato. 

En aquel dormitorio no había más brazos trabajando que los de Morfeo

Avanzados los días, Jorge comenzó a sentirse algo incómodo en determinados momentos en el gimnasio que compartía con la muchacha interesada en él. Ella había cambiado de estrategia y ya no resultaban dulces ni tampoco insinuantes los mensajes que le lanzaba. Había pasado a intentos más obvios: sus frases eran claras y sus acercamientos a Jorge trataban incluso de conseguir algún beso. No lo lograba. Jorge se apartaba y sorteaba los dardos con pudor y con la incomodidad propia del que sabe que no está haciendo nada pero que podría parecer que sí. La chica se había encaprichado, o enamorado, o al menos, y esto era obvio, se había sentido atraída por él. 

Jorge era un chico normal, de edad mediana, ni alto ni bajo, ni rubio ni moreno, y le resultaba sorprendente sentirse centro de atención. Hacía mucho tiempo que el piropo era algo que no formaba parte de su vida. A base de escuchar a esta muchacha, empezó a mirase al espejo con otro punto de vista: el del que sabe que gusta. Empezó a pensar que no estaba mal, que en realidad se trataba ya de un hombre atractivo, con alguna cana, y empezó a pensar que tampoco era muy normal con su edad estar anclado en una relación tan monótona. Estas reflexiones las hacía cuando apartaba la mirada del espejo. Cuando volvía a mirarse se daba toques en la frente con la palma de la mano abierta acusándose de haberse creído lo que no era: él era un hombre casado, en teoría felizmente casado, y con una familia formada que no estaba dispuesto a perder. Seguiría actuando de la misma manera: apartándose y sonriendo para no hacer sentir a aquella muchacha demasiado incómoda. 

Cambiarse de gimnasio no era posible: llevaba más de diez años allí y era el único sitio de la ciudad que impartía las clases que él buscaba. Sería raro. Bloquearla del teléfono era una opción, pero Jorge era demasiado diplomático y no le parecía oportuno de cara a ella. No conseguía ni siquiera borrar las fotos y los vídeos que ella le hacía llegar, aún a riesgo de que su mujer descubriera algo. Tal vez este pequeño gesto era la manera de Jorge de arriesgar: si su mujer veía todo ese material podría pensar lo que no era, pero tal vez en el subconsciente de Jorge esto sería positivo para hacerla reaccionar y que fuera consciente del amor aburrido en el que se habían situado. 

Lo que Jorge no pensaba nunca es que ese amor rutinario también lo había provocado él, ya que estamos ante una relación de dos. Pero en este momento, ego subido, y creyéndose el mejor marido de su generación por no haber sucumbido a los encantos de una muchacha hermosa, Jorge solo veía que su mujer debía hacer algo más. Y él debía seguir haciendo lo que estaba haciendo: nada. Nada hacia su mujer y nada hacia la muchacha gimnasta.

Comentarios