Opinión

Fraternité

LOS LAZOS de consanguinidad volvían a su cabeza de cuando en cuando. Coincidía con alguna conversación, con una fecha señalada, y especialmente con reflexiones acerca de la relación entre hermanos, de las ventajas e inconvenientes de los hijos únicos, de la media de hijos en España y demás asuntos relaciones con el tema.

El hermano de Uxío había desaparecido del mapa. Se había borrado de la vida, al menos, de la vida compartida junto a su hermano. Se había apartado tanto que apenas si lo recordaba. En ocasiones, cuando Uxío tiraba de pasado y los veía a los dos compartiendo las casi veinticuatro horas del día, le costaba reconocerse y reconocerlo. A Uxío le costaba entender que una persona, que además era su hermano, hubiera pasado del 100 al 0 creyéndose en una verdad verdadera suficiente como para no dar su brazo a torcer.

El enfado va asociado a la definición de hermano por naturaleza propia: se empieza luchando por un puesto en la familia (que por cierto ya está asignado: uno siempre es el mayor y otro el pequeño y los demás los medianos) y se pasa por las discusiones por el espacio en el cuarto compartido, por los chivatazos a los padres de las travesuras del otro y se acaba debatiendo si llevamos a mamá a una residencia o nos la turnamos cada quince días. Pura evolución.

Pero el caso de Uxío había ido un paso más allá. Su hermano y él habían tenido una disputa de adultos que nunca se había resuelto, por más que Uxío hubiera hecho los suficientes acercamientos con la consiguiente tragada de orgullo del que se sabe con la razón. La discusión no viene al caso, pero tampoco tenía más importancia que la que su hermano le quiso dar: apártate de mi lado y entonces veré qué camino cojo. Y hasta hoy.

Uxío fue asumiendo el nuevo ajuste familiar con la naturalidad del que sabe que algo no tiene sentido. Tanto es así, que se suele percatar de la situación cuando alguien le pregunta si tiene hermanos. Habla de los demás, que la de Uxío es una familia numerosa, y menciona a su hermano, El Enfadado, si tuviéramos que ponerle un sobrenombre de tipo monárquico. El Enfadado se mantuvo en su postura, no la movió jamás y supone Uxío que se ha metido en una espiral de vida propia en la que no le falta nada, justo como a él. Cuando nos hacemos mayores y ocurre que la propia familia se forma, puede ir en detrimento de la otra, de la de origen, si las bases no están bien cimentadas.

La sangre tira. O no. A Uxío lo de la sangre no le va mucho, pero sí le entra cierta desazón cuando recuerda los años y las historias vividas con su hermano, que si bien nunca había hecho grandes cosas por él, el roce hace el cariño y habían compartido un buen fragmento de vida. Cuando Uxío veía a una pareja separarse sin volver a encontrarse pensaba siempre que era la vuelta al inicio, el reseteo lógico de quien se había encontrado en la calle. Pero con un hermano la cosa era diferente porque él se lo había encontrado en su propia casa, ya estaba allí cuando él nació. Y entonces la vuelta al inicio no estaba bien realizada.

Los años pasan rápido cuando uno los vive con intensidad y la vida nos ordena en función de sus propias premisas. Así que Uxío no se planteaba más que seguir viviendo mientras de vez en cuando asomaba la pena propia de quien ha perdido a alguien: "de recordar lo que fue y lo que pudo haber sido", que cantaban Los Secretos. Aunque casi al mismo tiempo le venía a la cabeza la misma pena pensando la relación que podían haber tenido cuando la tuvieron y la que tuvieron en realidad.

Las etiquetas no son más que eso, y el cartel de hermano, como el de padre, el de madre o el de cualquier otro del campo semántico de familia está sobrevalorado: hay que ganárselo tanto que quien solamente lo lleva por puro libro de familia acaba perdiendo hasta el ticket de compra. Y no puede ser cambiado ni tan siquiera devuelto, permaneciendo en la cabeza del familiar pertinente como los nombres de los ríos y sus afluentes, que uno se da cuenta de que se lo sabe cuando ve el cartel desde la carretera.

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