Opinión

"Ey, bro"

LÁGRIMAS, ABRAZOS, más lágrimas y un abrazo conjunto. Por fin. Quince años después de haber dejado todo atrás, por fin podía mirar hacia adelante. Y solamente había necesitado un folio, una hoja, un papel. El ‘'solamente'’ en el sentido físico de lo que tenía entre las manos. Era un contrato de trabajo. En una semana, empezaba. No preguntó las condiciones: no quiso saber si tendría vacaciones en agosto, no le importó el sueldo y tampoco el horario. Lo miraba y lloraba y no dejaba de dar las gracias y de mirar a su amigo, a su brother, pero también al cielo.

La primera mirada que habían cruzado había sido unos seis años antes. Entonces, Jon era el chico amable en su sonrisa que abría sin descanso la puerta del supermercado donde Guille hacia la compra. Hola, adiós, qué tal, cómo vas…... pero siempre en forma de pregunta retórica. Hasta un día que decidieron chocarse las palmas de las manos a modo de saludo. Entonces, empezó a fluir una suerte de conversación que nadie comprendía. No se entendía porque ni Jon hablaba castellano ni Guille inglés. Pero entre ellos, y para sorpresa de todos los que iban a hacer la compra y los veían charlar, se entendían perfectamente. Guille supo pronto que Jon había llegado a España desde Nigeria. Pero no había cogido un avión y se había puesto a empezar de cero de esa manera romántica que se escucha en ocasiones. Jon salió de su casa con su hermano, desde un pequeño lugar de Nigeria que Guille sigue sin saber cuál es porque no consigue entenderlo. Los hermanos, de 23 y 20 años, caminaron juntos durante meses hasta llegar a Marruecos. Todo el trayecto, todo, lo hicieron andando. Jon remarca mucho la caminata. Sus piernas quizás se hicieron fuertes aquí, aunque podría tener que ver que Jon se dedicaba a cortar troncos de árbol en su país. Su hermano y él, como tantos otros, supieron de Europa por la televisión, y parecía que todo sería bueno: trabajo, oportunidades... …el sueño europeo. Cada vez que Jon recuerda esas conversaciones con su hermano en la casa de la familia, delante de su madre, se emociona. Tras la caminata hasta Marruecos, llegó la patera. Pagaron y subieron el día indicado a la hora indicada. Su hermano nunca llegó a Europa. Jon llegó a la frontera y vio que había demasiadas personas corriendo. Unos eran policías y otros, africanos que como él, trataban de alcanzar su objetivo. Así que decidió no correr, sino atravesar el terreno despacio, en medio del bullicio. Cuando Jon lo cuenta, recrea la instantánea echando a andar lento, tanto que parece que no tenga gravedad. Mide casi dos metros y su espalda carga todavía el peso de tantos árboles talados y de un hermano perdido de la mano.


Jon y Guille podían haber sido amigos de instituto. Pero el primer condicionante de cada persona es el lugar donde nace


Un mes de diciembre, Guille pensó que no era muy justo que Jon no tuviese una comida familiar. Así que el día de Nochebuena, al mediodía, lo invitó a comer a casa. Con la comida delante, unos espaguetis a la boloñesa para ser lo menos arriesgado posible, empezó a servir. Entonces Jon, educado, tan grande y tan pequeño, puso la mano a modo de stop y pidió perdón. Bajó la cabeza y empezó un rezo que a las tripas de Guille les pareció eterno. Cuando terminó, con un ‘Gloria a Dios’, empezaron a comer. Pero pronto los espaguetis no pasaban la garganta y el rezo adquirió matices asombrosos para una familia atea. Fue esa Navidad cuando Jon contó su historia, a trompicones, entre su castellano y el inglés de Guille. Con muchos gestos, con mucha emoción en la mirada.

A partir de ese día, Jon y Guille compartían charlas en la puerta del supermercado, cafés en el bar de la esquina y comidas de cuando en cuando. Guille intentaba siempre que salieran pequeños trabajos para Jon: una mudanza, un traslado…... Mientras, las señoras del barrio pedían a Jon que les llevara la compra a casa e incluso, las maletas al aeropuerto. Todo el dinero que Jon iba juntando, euro a euro, lo guardaba para que su hermano pequeño pudiera ir a la universidad. Y lo consiguió, y se lo contó a Guille una mañana al grito de "Ey, Bro". Jon insistía para que Guille fuese un domingo a la iglesia donde él cantaba gospel durante las misas. Insistía en que era algo bonito y que además, había mucha gente, muchos como él. Una tarde de lluvia, Guille le dijo que deseaba ser padre. Jon respondió que su domingo iría dedicado a este asunto. Guille lo miraba como mira una persona incrédula, aunque si había alguien que le hacía plantearse todo, ese era Jon. Desde que conoció su historia, pensó que la religión tenía sentido, y que Jon no se cansase de dar las gracias a Dios una y otra vez le llegó a parecer lo lógico. Cuando apareció de la mano de ella, Jon se arrodilló delante del supermercado. Era sábado, el lugar estaba lleno de gente y entonces, Jon empezó a agacharse y levantarse al grito de ‘Gloria a Dios’, de nuevo. El bebé estaba en camino. Las señoras que siempre tienen prisa dejaron de empujar a los que tenían delante en la cola y algunas cajeras que no levantan nunca la mirada de la registradora y a las que jamás se les había escuchado un buenos días se giraron para contemplar la escena.

La misma escena, invertida, y sin tantas menciones a los dioses, llegó poco tiempo después. Jon se casaba. La boda fue una de esas experiencias inolvidables que se cuentan en cada reunión de más de tres personas y más de una botella de vino. Un polígono industrial, un taller convertido en iglesia, trajes típicos africanos, cinco blancos adultos y un bebé. La comida, en un bar de gasolinera, en cajas de plástico, servida en platos de papel. El amor, inalcanzable, imposible de imaginar para una boda en los Jerónimos con cubierto en el Wellington. El amor entre Guille, tratando de bailar ritmos africanos y Jon, que lloraba desconsolado dando palmas. Sus amigos, decía a cada uno de los invitados. Eran sus amigos, la familia de Guille y otra pareja, amigos del supermercado también. Terminaron cenando los cinco, apartados y apartándose de una celebración que ya no les correspondía a ellos.

El siguiente gran evento llegó un domingo, cuando Jon se presentó en casa de Guille vestido de negro, con una camisa elegante y unos zapatos brillantes, mostrando en su mano un rectángulo plastificado en tonos azules y rosas. El NIE, asociado al de su mujer, el rectángulo que no le haría sudar cuando viera a la policía en el metro. El siguiente paso era un contrato de trabajo. El que Guille puso como condición a la hora de cerrar uno de sus proyectos. El puesto de Jon.

Quince años, litros de lágrimas, árboles y personas arrancadas de raíz, abrazos, golpes en la espalda, choque de manos, brother, ey brother.

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