Opinión

Café con Marta, manzanilla con Cristiano

CUANDO MARTA miró su móvil, tenía un mensaje. Era de texto, un SMS, porque entonces no existían las aplicaciones. Ni los datos. Existían los teléfonos móviles, que era ya mucho más de lo que tenían en la adolescencia. En aquella época cuando en el teléfono fijo un padre recibía una llamada de un chico preguntando por su Marta, se hacía el silencio.

En el mensaje alguien se presentaba: "Soy Mario". Y se disculpaba: "Perdona la valentía". Y lo que seguían era una serie de buenas palabras justificando que hubiese cogido su número de teléfono de un archivo de clientes. A Marta le pareció demasiado atrevido, intrusivo, pero no se planteó nada que tuviese que ver con la Ley de Protección de Datos. No existía. No se hablaba de ella.

Cuando unos quince años después Marta abrió el periódico, le vinieron a la mente todos los mensajes de Feliz Navidad que seguía recibiendo de aquel dependiente que quiso invitarla a un café y se quedó en un contacto en su agenda. En la noticia, una chica denunciaba a través de Twitter que el repartidor de una empresa de mensajería usara su número de teléfono para tratar de ligar con ella. Marta nunca le dio demasiada importancia a aquel suceso años atrás y descubrió con esta noticia que había muchas Martas y muchos repartidores.


Cuando las fotos se colocaban en un álbum a menudo se titulaban 'Recuerdos'. Ahora son una carpeta dentro de una carpeta en un móvil


Cuando reflexionaba, giró la cabeza y vio a Cristiano Ronaldo tratando de tomarse una manzanilla en la terraza del centro comercial. Se acercan a él mujeres, hombres y niños. Todos buscan algo muy concreto del delantero del Real Madrid: una foto. Una foto con él, una foto de él o un selfie conjunto. Nadie habla con él. Nadie le pregunta cómo está. Tampoco Marta.

Cuando las fotos se colocaban en un álbum a menudo se titulaban 'Recuerdos'. Ahora casi no son recuerdos. Ahora son una carpeta dentro de una carpeta que ocupa espacio en un teléfono móvil. Marta tiene que borrar fotos para que su móvil funcione bien. Puede que alguno de estos seguidores de Ronaldo, o la madre de alguno, lleve la foto a imprimir a una tienda especializada y la coloque sobre la mesa camilla (¿siguen existiendo?) del salón o sobre la cómoda del dormitorio. Pero en la mayoría de los casos, esa foto con Cristiano no es más que una transacción, algo efímero, algo que pasa de grupo en grupo de WhatsApp a la espera de algún comentario.

"¿Has estado con Cristiano?", "¡Es un montaje!" y "Será su doble". Además, seguramente entre estos comentarios se incluya un "Buah, chaval". Una vez este proceso termina, la foto se va quedando atrasada en ese mundo inmenso de las fotos del móvil y se queda en una anécdota que se cuenta. Sería el mismo chascarrillo si no hubiera documento gráfico, porque con el paso del tiempo casi nadie se molestará ya en buscar el costoso retrato de un Cristiano que no consiguió terminarse una manzanilla.

Las fotos en pantalla no tienen sentimientos, como los libros en forma de eBook. A Marta este argumento le suena ya casposo, por repetido. Pero lo cierto es que ella no puede leer más de dos párrafos en una pantalla. Y venga impresora y el final del Amazonas más cerca.

A Marta esto de la tecnología le resulta poco romántico, pero sobre todo se pregunta qué hay del tiempo: cuando uno coge un álbum entre sus manos mira las fechas, lee los comentarios de las madres graciosas, compara un hijo con otro, hace alguna crítica... …Pero en una foto en un móvil, incluso en una foto con Cristiano, hay poco que reflexionar: es cuestión de formato. Queda poco para después por la incomodidad de la pantalla, los brillos y lo aparentemente fácil y en realidad difícil que resulta ver una imagen en un terminal.


Hemos perdido treinta mil cabinas en diez años. Y hemos ganado treinta mil voces sonando a la vez


Cada vez que Marta llama piensa que ahí no ha perdido encanto. La voz al otro lado resulta similar a cuando lo hacía desde una cabina. Cambia, también en esta ocasión, la foto. Ver a alguien en una cabina da pie a imaginar a quién llamará, por qué lo hará desde ese lugar, a esa hora…... Mientras que cuando vemos a alguien charlando a través de un móvil no es que nos dé igual quién hay al otro lado de la línea, es que preferimos no saberlo y de hecho, estamos deseando que cuelgue ya. Demasiadas voces solapadas, demasiada contaminación acústica.

Hemos perdido más de treinta mil cabinas en diez años. Y hemos ganado treinta mil voces sonando a la vez. Tenemos millones de flashes sonando, dispuestos a hacer una foto que no van a recordar y tenemos el ingenio agudizado: Marta titubea cada vez que en el supermercado le preguntan el número para llevarle la compra a casa.

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