Opinión

¿Regequé?

SIGUE EMPEÑADOS algunos políticos en la palabra regenerar. Regeneración política. Pero no hay recetas mágicas. Solo sentido común, sensatez, rigor e integridad. Ayunas todas ellas en este yermo de vanidades, en este, a veces, tan acrisolado como esperpéntico ruedo ibérico. El pasado miércoles sus señorías, diputados, nos brindaron el enésimo espectáculo de una palinodia grisácea, mustia y que, a fin de cuentas, sobraba. Un entreacto más, donde la corrupción fue la excusa. Que no la protagonista. En este país se da por tan supuesta y permitida, tolerada y bendecida, que ni siquiera sorprende. Como tampoco el saltarse a la torera decoros, normas, legalidades y marcos legítimos. Se va a la cárcel por robar una gallina, pero no por robar millones de euros. O miles. No hace falta poner nombres, y cómo no, no lo pongan ustedes de honorables ex. O molt honorables. La España carpetovetónica o cavernícola resurge de sus cenizas, o eso es lo que sirve a todo el nacionalismo echado al monte, dispuesto a seguir con su farsa hasta las últimas consecuencias. Y parece que desde el gobierno central, la dejadez y la pasividad han tomado asiento. A ver con qué nos sorprenden. Esperemos que no sea al final con dar más dineros, más competencias y más mirar para otro lado, como siempre se ha hecho en cuarenta años de democracia. Las virtudes de la transición, que alguna hubo —no muchas, vayan ustedes a pensar—, han desembocado en los vicios de la democracia, pero sobre todo de algunos partidos y políticos.

Se quejaba el presidente del gobierno, que nos tiene en ascuas ante el órdago brutal catalán, dejà vu sin parangón, y que amenaza con ser la crisis institucional más grave de la democracia, que el linchamiento a que le sometió el Congreso el pasado miércoles produce hastío y hartazgo, pero para acoso y derribo, el de Suárez, hasta que le derribaron, todos, y decimos todos, un 30 de enero de 1981. Aquello sí era acoso y todo valía. Luego, a mucha menor medida, los dos últimos años de González. Como reconocería algún director de un periódico tan conservador como aspirante a copar algún ministerio a futuro. Algo que nunca llegó.

La izquierda aún sigue enrocada en no hacer política, o eso lo parece. Porque en este país hacerla significa para el que gobierna hacer cuanto se le antoja, y para el que oposita, derribar y desgastar con lo que sea. Subió a la tribuna el líder de Ciudadanos empeñado en ser más émulo de un Macron cada vez más debilitado y vacío, pues en política se eleva a sitiales inmerecidos a una imagen, pero al rascar, nada hay, que en ser él mismo y con discurso propio. Y nos habló de regeneración. La palabra mágica, mística, redentora. El sursuncorda de la posmodernidad líquida, vacía y ausente. Y en esa regeneración la panacea. El gran descubrimiento de la pócima anticorrupción, limitar a dos los mandatos. Menos mal que no habló de educación, pues ese es el mejor antídoto. Y con ello cerró el hemiciclo otra página de un diario de sesiones tan insulso como irrelevante para la sociedad. Era agosto y este país sigue desmadejado en su siesta voluntaria y en su amnesia y pasividad escogida. ¿A alguien le importa verdaderamente la corrupción? No nos engañemos. Está claro que a los políticos y los que edificaron este sistema, élites, a menos que a nadie. Venga, a seguir componiendo palabros como ¿regequé?

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