Opinión

Ruido

Sigue el ruido, con su sordina retahíla a modos de esquirlas punzantes con la única finalidad de la distracción. Mientras se habla de ciertos temas no se tocan y menos abordan los verdaderamente importantes. Y los hay, haberlos haylos. Pero este país falsamente quejumbroso prefiere voltear su mirada a otro lado, el de la indiferencia y entrar en la trinchera de lo cainita, de los visceral. 

Tambores de elecciones y un dejà vu donde todo parece que vale. La orquesta desafina. No hay eco en Moncloa. Y los escándalos, los errores y la creencia cierta de descoordinación y desconfianza entre los miembros de la coalición de gobierno es total. Si a ello se le suma el último epítome de la corrupción en los partidos y esta vez, presunciones siempre, golpeando con firmeza y fiereza en la puerta de un diputado socialista, el espectáculo sigue. Luego muchos se preguntan el por qué de la desafección del ciudadano y el descrédito de lo político y de éstos. Y a buena fe que, si lo hicieran a propósito no les podría salir mejor. La costra sigue inundando con sus hojas marchitas y el cinismo a raudales el paisanaje. Y el descrédito y la apatía sucumben ante un mal endémico que está generalizado y que sigue siendo aplaudido por los apóstatas de la moral y el escrúpulo.

Mal le va a un país que es incapaz de mirarse en su propio espejo moral y ciudadano. Que no es capaz de ofrecer bisturí y taumaturgia, crítica y sacrificio y sobre todo honradez y honestidad intelectual y política. El circo y su noria siguen perdidos en la monotonía de su propio espectáculo arrítmico e indecente.

No somos ni mejores ni tampoco peores que otras sociedades, pero el cainismo moral que nos rodea y a veces nos devora, no nos permite otear horizonte alguno. Sin credibilidad ni coherencia, sin honradez y principios la confianza es nula. Y una sociedad que no confía en sus líderes, si es que los tiene, es débil, lábil y manipulable. El resto es adocenamiento voluntario y desidia de todo compromiso crítico y exigencia. No exigimos, solo gritamos. No pensamos, solo vociferamos. No escuchamos, solo discrepamos por todo y por nada.

Ruido, mucho ruido. Entre titos bernis y 8 m divididos y a veces farisaicos cuando los verdaderos problemas de las familias están sin resolver. Silenciamos la huelga de la justicia, la situación en la sanidad pública, lo grave de las pensiones, nos hemos acostumbrados a apartar lo que simplemente no nos gusta o les gusta al político con mando de turno y arena electoral. Y jugamos a las excusas con una constructora que hace mucho decidió trasladar su domicilio social a un país con una fiscalidad y oportunidad bursátil propia y ajena mejor que la española, amén de seguridad jurídica, y tirios y troyanos se rasgan las vestiduras con denuedo y jocosidad lamentable. 

Y a usted y a mí ciudadanos de a pie nos seguirán observando desde las alturas displicentes del poder con la misma distancia y soberbia que antaño y tal vez hogaño. Sigue, sigue la rueda de esa noria somnolienta y vieja chirriando al girar con su sonido rancio y vetustamente oxidado a modo de muecas sarcásticas. Por favor, no aplaudan en platea.

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