Opinión

Nunca más sin maestros

TOMO PRESTADO el título del libro de Zagrebelsky, Mai più senza maestri, que la editorial italiana Il Mulino acaba de publicar. Hoy quiero hacer una reivindicación del maestro. He dicho bien, el maestro, los maestros. Aquellos hombres y mujeres que tomaron a lomos de mula vieja un país destartalado, desvencijado. Retrotraigamos la mirada al pasado. Vayamos a los tiempos de nuestros padres, pero también mucho, antes, abuelos. Y ahora pensemos en los maestros de los pueblos. Maestro de pueblo, genialmente retratado en la novela y película La lengua de las mariposas. Aquellos que trajeron el conocimiento, que nos inculcaron certidumbres, transmitieron su mensaje de cultura llevándola en sus viejas maletas. No hace falta ir muy lejos, basta con elevar la vista a la España del siglo XX sobre todo en sus primeros cincuenta años. Una España profundamente desigual, rota, analfabeta, atrasada sobre todo en su primer tercio. Y ahora, el papel que en una sociedad así desempeñaron los maestros.

Pero a día de hoy el bumerán es caprichoso. Tal y como se relata en este libro, cuyo autor hoy profesor emérito y que fue juez constitucional, vivimos una época anti-intelectual dominada por la convicción de que lo importante es hacer las cosas sin preocuparse si son justas y razonables. Una época en que no hay pensadores, no hay intelectuales (sean éstos valientes o simplemente comprometidos) y si los hay, callan, o son observados con desprecio e indiferencia. Para el autor el mundo actual y más próximamente nuestras sociedades están presididas por una democracia acrítica. Ya no hay críticos, carentes de provocadores que despierten y aviven el pensamiento, el debate, la reflexión. Solo endogamia y vacío monolítico, pensamiento vulgar y raquítico, sin pilares, sin basamentos, sin mirar hacia los otros. Que genere dilemas, que abra ventanas a otras alternativas o que denuncien derroteros que conducen simplemente al vacío del ser humano y el empobrecimiento de la persona. Lo hemos consentido, lo estamos fomentando. Estamos condenados a un pensamiento único, inhumano, asociable, acrítico, plano, profundamente plano. Basta ver, escuchar, observar, callar. Simplemente es lo que hacemos, callar, no cuestionar, no contestar. Asentir desde nuestras cómodas atalayas de indiferencia. Sin apenas nostalgia.

Como afirma el autor un maestro crea continuidad, desde lo próximo, lo real, lo que palpa, lo que percibe, pero también debe forjar fracturas. Ese es el riesgo que merece la pena romper. Es capaz o ha de serlo, de romper, de fracturar, de azuzar la crítica, la realidad, la duda, siempre la duda. El replanteamiento de lo que hacemos, de lo que decimos, de cuestionar hacia donde vamos y cómo.

Sí, una sociedad sin maestros, sin referentes, sin pensamiento es una sociedad empobrecida, más débil, más rota, más vulnerable. En nuestra mano queda.