Opinión

Memorias

No hay expresidente que no quiera pasar a la historia, otra cosa es cómo sea ésta de benévola con el personaje, sin dejar su testimonio. Sus memorias. A margen si las han escrito o se las han escrito. Quizás la costumbre de que durante años escriban otros discursos, doblega la inspiración hasta diluirla. ¿Por qué a los expresidentes les obsesionan sus andanzas, hechos, venturas y desventuras? El qué dirán, el qué pensarán los demás. España si algo y alguién la caracteriza es el profundo desdén y desagradecimiento hacia los demás. También hacia sus políticos. Conviene no olvidarlo. La vieja Roma era maestra en ello, cuando sus generales victoriosos eran ungidos en la capital de la República primero y luego del Imperio, bajo las hojas de laurel y el recuerdo de que solo eran hombres, aunque algunos decían aquello de mortales.

En España enterramos como nadie. Somos elegíacos en el lenguaje, desmedidos en el elogio y cínicos en la despedida mordaz. Tampoco, por lo que parece, se nos da mal lo de exhumar, con o sin cinco rosas, claveles y helicópteros. Tomen nota algunos.

Al final no es cierto aquello que dijo quien una vez fue socialista y los jarrones chinos. Muchos ex-presidentes se han dedicado a posteriori a otros menesteres, incluido aquello de aburrirse hasta los tuétanos en consejos de administración de cotizadas. Pero el actual, ha vuelto a lo suyo. Uno nunca termina de irse del todo, y esto va sin segundas. Qué decir de los exministros y las puertas giratorias de algunos pese a curriculums muy mediocres.

Quizás del expresidente que menos se ha hablado y supo fue de Calvo Sotelo. Apenas dos años en el gobierno. Borrados por aquella inmensa resaca de fines de octubre de 1982 de un Felipe González irreconocible. Suárez siguió en política con la aventura del CDS y un pequeño despacho de abogados que pronto cerró, como la memoria que le jugó el mal envite y desgraciado de perderle en los laberintos del olvido. Cuán desagradecida es también la memoria por sí misma.

Aznar se dedicó a lo que siempre le gustó y a escribir memorias y otros libros. Siempre hubo gente dispuesta a todo y a comprarlos y regalarlos, incluso como el actual en funciones publicó, en puertas mismas de la Moncloa, uno sobre aquello de la segunda transición, hoy endiosada, cuando lo que hace falta, como decíamos en el último artículo no es tanto consensuar cuanto integrar, y el actual todo un auténtico manual de resisitir. Lo malo es si la contumacia en esa resistencia nos nubla todo el horizonte y el porvenir.

Rajoy con este libro se reivindica a sí mismo y a su tiempo. Veremos cómo será este juez. En Cuba hubo un dictador que osó decir aquello, tras la peripecia de La Moncada que la historia le absolvería. Me temo que no fue muy condescendiente. Pero no nos equivoquemos, la talla humana de nuestro expresidente, y la del hijo de gallego dictador.

De los expresidentes y del actual en funciones, al menos el de Pontevedra nacido en Santiago supo lo que era la administración, vicepresidencias y cinco ministerios. Los demás nunca han sabido lo que era, salvo un ínterin corto en Castilla-León de Aznar. Eso debe imprimir carácter. Los gallegos no olvidan aquello de los hilillos de plastilina. No sé si estarán en esa España mejor, pero ustedes me lo contarán cuando lo lean.

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