Opinión

España y las chapuzas

Llegan tiempos de explicaciones, pero sin argumentos sólidos. No se los pidan a muchos políticos. En verdad no quieren explicar nada, solo atacar, distraer, arrojar el veneno de la palabra vacía hacia el adversario. Solo unos pocos atesoran solvencia. Un par de nombres en España. El resto, planicie. Han bajado un poco el espectáculo de la crispación. Esta semana ha tocado cierto apaciguamiento entre rumores de pactos de estado y acercamientos. Veremos como continúa el entreacto. Mientras y tras más de doce días sigue sin actualizarse la cifra oficial de muertos que impone el Gobierno. No hay explicación creíble ni menos posible. La gran chapuza de la información sesgada. Estamos acostumbrados, otros lo hicieron antes, pero esto no lo justifica. No sé que pensar de ese día oficial dedicado a las víctimas. Ellas no querían un día, querían vivir.

Muchos, los mayores que fueron condenados, sí, han leído bien, condenados a no ser atendidos debidamente, a no ser llevados a un hospital, a no darles una oportunidad, no quieren ni quisieron un día, menos sus familias. Ya no recordamos cuando la Ume entró y salió apesadumbrada y cabizbaja ante el espectáculo dantesco y de muerte que se encontró en la soledad absoluta de algunas residencias y con los cadáveres encima de las camas conviviendo con otros enfermos agonizantes. Ahora en los parlamentos empieza el dardo y el aceite de un ricino amargo y mezquino.

Salen vídeos, salen documentos, otros los llaman simulaciones, borradores, como los contratos que se cuelgan en una página oficial de un organismo público y luego se rectifica y dice que era un borrador o un simple error. Hemos llegado a instalarnos en la mentira de la justificación del error, pero a un precio muy alto, más de 43.000 muertos. Ay, maldita fría y estadística cifra petrucial. A qué pocos les duele ya. Solo a las familias. El resto, a llenar paseos, terrazas y suspirar por una libertad que entendieron secuestrada. Menudo entendimiento, pero ya solo quieren muchos playa y sol, cobrar nómina los que puedan, eso sí, desde casa y el resto a esperar como el temporal amaina sin que se paguen Ertes. Hay miedo en el camino, a los rebrotes, porque el español no atiende, no es autorresponsable como debería. Parece que todo es olvido. Una amnesia voluntaria. Hace ochenta años a nuestros abuelos les dieron una pistola o una escopeta y los enviaron a unos frentes que solo el odio y la ira germinaron. Ahora, 70 días en casa y todo el mundo protesta o se salta confinamientos o cogía su coche de Madrid a Marbella para acalmar su egoísmo furibundo. A nadie le ha importado lo que ocurría fuera, ni en los hospitales ni en las residencias o en tantas morgues. Porque no nos han enseñado las fotos de la muerte, las decenas de coches y coches fúnebres que aparcaban en fila a las entradas de Madrid en los peores días de esta locura vírica. 

Sí, la España de la chapuza. Del olvido sectario, del guerracivilismo invacunado. Sediente de la sangre del adversario. Nos han contado de todo y dicho casi todo. Pero algo sigue siendo palmario, qué malos líderes tenemos. Y solo cuando el agua aprieta y las carótidas reverberan miedo y angustia, damos un paso atrás. El cambalache político sigue su propio espectáculo. Millones para todos. Que este país aguanta con casi todo. Es irrompible. Esta lección o pócima la acaban de aprender los nacionalismos más irredentos, pues ni siquiera los políticos, algunos, son capaces de romperla y eso que desde la chapuza se empeñan impenitentemente.

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