Opinión

Dimes, diretes y chismes

No ceja o cesa, cada cuál elija lo que proceda según su leal saber y entender, la polémica. Esta vez la nueva tormenta política alrededor del ministro de Consumo y sus declaraciones sobre megagranjas y lo cárnico. A poca que sea la añagaza, grande será la afrenta y el enfrentamiento. Y sobre todo el reproche y la solicitud de dimisión en el país donde nadie dimite. Mientras el ruido se perpetúa y las altisonantes declaraciones toman asiento no se habla de otras cosas, sobre todo de la mala, malísima gestión que se ha hecho del Ómicron. Miren para donde miren, muchos callan y a lo sumo, cortinas al viento y apelan cuando no reprochan abiertamente la culpabilidad del ciudadano. El día justo antes de Reyes, 148 fallecimientos contabilizados. Esa cifra es la que nos dan. No es broma. Por mucho efecto que todos presumimos y sabemos que hacen las vacunas frente a esta variante, la cifra da miedo. La de los contagiados contabilizados superando toda la semana más allá del umbral de los ciento y pico mil. A saber cuántos más hay no contabilizados.

Pero la atención se centra en las palabras del ministro que no hace demasiado honor ni prestigio a la poltrona y se embarca una vez sí y otra también en no pocos torbellinos mediáticos y soflamas a veces demagógicas y poco contrastadas, otras en cambio, sí acierta. Todo hay que decirlo, aunque las menos. Pronto se apela además a si habla a título personal o no. Pero señores un ministro no habla a título personal y menos en asuntos directa o indirectamente incluso relacionados con su cartera. Falta pedagogía y explicación. Eso es claro, pero lo dicho está ahí. Como lo que piensa el señor alcalde de Madrid sobre la escritora a la que finalmente hará hija predilecta. No tratemos de maquillar ni enmascarar realidades. Tampoco de prolongarlas en exceso en esta galbana intelectual que se ha apoderado del españolito medio acostumbrado al dime y direte, al chisme melifluo y vacío y donde entre su vocabulario pertinaz y sediente de verborrea y náusea, parece que nada le importa o nada es capaz de tomarse mínimamente en serio. Algunos medios se preguntan en Pascua Militar dónde ha estado la Familia Real estos quince días. ¿Creen ustedes que a los españoles al final les importa o tienen tiempo para pensarlo siquiera? Lo dudo. Pero sí al chisme. Por saber claro que les gustaría. Pues nos hemos acostumbrado a ver en el ojo ajeno, como la paja superflua de nuestras vidas que tenemos que colorear con patios de portera donde el dardo iracundo de algunos atraviesa toda lógica piadosa.

Se acaban unas Navidades raras. Donde hasta la propia climatología lo ha sido, regalándonos tiempos que no pertenecen a ahora mismo y dando treguas que tal vez, a pesar de las cifras de covid, sí necesitábamos siquiera estos instantes. Ya falta menos para las siguientes, podríamos decir, como queriendo decir algo pero en realidad nada, absolutamente nada. Consuelo de muchos, ya se sabe, de tontos. Porque la idiocia, al final, como todo en la vida, es una posición voluntarista a la que nos queremos subir con ahínco y descaro.

Promete este año. Y no ha hecho más que empezar. Espérense... que arrancan curvas.

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