Opinión

Asalto a la democracia

Tensiona que algo queda en sociedades de escaso poso y nulo pensamiento. Sociedades abiertas, pero vacías. Sociedades dinámicas, pero anémicas de reflexión y crítica. Sociedades anestesiadas de interés particular y egoísta. Lealtad en política, lealtad política, lealtad a un país. Mas, ¿a qué o a quiénes beneficia la polarización y a quiénes son leales los partidos, las viejas maquinarias verticales de poder y sin funcionamiento democrático? 

Acabamos de asistir en Brasil a un nuevo y trágico, sí trágico, episodio de asalto a la democracia. Al valor, al símbolo, al sistema. Años de demagogia, de populismos estériles, de falta de pensamiento y valentía crítica e intelectual acaban por erosionar las instituciones. Un año antes vimos que, en uno de los corazones del sistema democrático, EE.UU, era posible también pisotear la dignidad política, la confrontación dialéctica y pasar a la violencia, al atropello, al asalto y la vesania. En el Capitolio, una turba organizada y espoleada por los apóstoles del enfrentamiento y la provocación fueron capaces de tensionar y situar a América frente al espejo y el espejismo de la sinrazón, la provocación fratricidad y la vaciedad ideológica más cartesiana y vacía. 

Una sociedad desleal a sus valores y a su sistema democrático es una sociedad más débil y enferma, expuesta a la violencia, al radicalismo y a la manipulación. Lealtad no significa imposición ni acriticismo. Lealtad no exige una comunión de ideas indefectible. Exige respeto, tolerancia. Principios y axiomas. El silencio no es un arma explícita de la lealtad, sí una manifestación. Lealtad y democracia pueden y deben convivir. Pero esta está por encima de aquella. El politólogo británico David Held nos ofreció hasta 11 modelos de democracia.

Hoy la democracia, incluso en los países más sólidos, una veintena, parece secuestrada por los partidos, sus cúpulas pretorianas, y si esta premisa es válida, ¿por qué y cómo lo hemos consentido? Crisis institucional, colapso por sus entrañas morales, crisis de la democracia. Llevamos casi dos décadas perdidas por esta tensión, bien calculada, ejecutada e impuesta a una sociedad que empieza a mirar con indiferencia a sus políticos. Por pasividad, conformismo, por complacencia y ausencia de crítica. La democracia no es un oficio. Los partidos han recortado sus alas. Volvamos a las bases, a la piel, al pegamento político en la calle.

¿Dónde está el político?, ¿podemos cambiar la democracia de la calle por la democracia de las urnas? Dinamicemos la vida interna de los partidos políticos, comportamientos, discursos, hechos y formas de actuar, rompamos con inercias, con cadenas de jerarquía e imposición. Ábranse listas, ejecutivas y candidatos elegibles por las bases. No es la panacea, pero es el comienzo del cambio. De nada sirve si no somos conscientes siquiera de que hay que cambiar demasiadas cosas en un sistema político colapsado, abúlico y acrítico. Menos hieratismo de las ejecutivas. Regeneración, sí, regeneración moral de la vida pública española. Liderazgo, fortaleza, convicción, credibilidad y responsabilidad. Menos mercantilización de la vida política. Volvamos al ideal de lo público, del civismo, de la cultura cívica, del viejo ideal republicano, res publicae, republicanismo que se ocupa de lo público. Son muchos los que se sienten profundamente decepcionados con los políticos, el sistema.

Es el síntoma de la erosión de la confianza y la credibilidad. Los liderazgos son una excepción. La corrupción ha hecho estragos, su permisividad y aceptación por la sociedad, un cáncer. La trinchera, el cainismo moral, la dialéctica vacía pero de confrontación hacen el resto. Propuestas, decálogos de ideas, iniciativas, diálogo. Encauzar la sociedad civil, al mismo plano que otros actores políticos y públicos. Despertemos como sociedad, con un latido de dinamismo, de compromiso. No hay más ciego que el que no quiere ver aun viendo.

No es hora del reproche mutuo, la indiferencia hiriente y mordaz. Tenemos que cambiar. El hoy requiere el mañana y este no es nada sin el hoy, incluso ayer. Rompamos viejas inercias. Abramos puertas y ventanas. Cercanía, credibilidad, compromiso, confianza, coherencia, capacidad, competencia. Devolvamos la ilusión a la ciudadanía, a la política y por la política y lo público, no ahoguemos la vitalidad, la autocrítica, la renovación, la regeneración política, no solo de personas, también de ideas, soluciones, proyectos políticos. Euforia inane e inteligencia política no son precisamente compatibles. Y hay mucho de lo primero en este ruedo ibérico cada vez más sumido en los rescoldos de taifas.

Falta inteligencia, falta compromiso y, sobre todo, credibilidad. Pero estas son vacuas palabras. Indiferencia, desprecio, soberbia, demagogia, son, por desgracia, realidades bien tangibles y comprobables. Las mismas que han desafectado a muchos, que han desilusionado, descreído y alejado de lo público y lo político. En cuatro décadas de democracia, de aquella generada democracia a partir de una dictadura y una reconciliación ejemplar protagonizada exclusivamente por los propios españoles, parece que queremos degenerarla definitivamente.

Hemos petrificado sus pilares y cerrado con candado el futuro y el mañana. Hemos ido más allá de las reglas de juego y sacralizado Constituciones y leyes. Una vez más, hemos demostrado que somos españoles, los del corazón mitad helado, mitad no. Es el sino amargo de un pueblo indolente y soberbio que es incapaz de mirar hacia atrás con ojos de presente y futuro a un tiempo, incapaz e incómodo de extraer lo mejor de una rica, y acomplejada sin embargo, historia.

Rompamos el silencio cobarde y el cruzarnos de brazos resignadamente. Rompamos con la miopía voluntaria y la mentira tutelada. Indiferencia, el nuevo agnosticismo de la sociedad. La nueva claudicación de los tiempos posmodernos. Perdidos los valores, ausente la crítica, ayuna la reflexión, huérfanos de intelectuales, la indiferencia es el triunfo de un individualismo abusivo, egoísta y radical. La peor de las actitudes. Poco se puede esperar de una sociedad enferma, desnuda de sentimientos, el alma evaporada, egoísta y hedonista.

¿Dónde está la sociedad civil? Despertemos. Limpiemos hojarasca y mentira. Es hora de que la sociedad civil se articule de verdad, que sea consciente de su fuerza moral y su ímpetu constructivo. No permitamos que la manipulen ni la amordacen con silencios. Desde el respeto, la tolerancia, la responsabilidad crítica. Es hora de que otros actores tomen también la palabra, propongan, oferten, alcen su voz. La palabra lo puede todo. Diálogo, acuerdos, compromisos.

Lo vivido en Washington y en Brasilia son el epítome de la debilidad y el conformismo cuando un estado no se protege y el sistema se deja expuesto al ataque, al atropello, al vaciamiento de los contrapoderes y la negación misma de la separación de poderes. Regeneremos la vida política, pero también al moral.

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