Opinión

Ida y vuelta

Escucho a mucha gente convencida de que la pandemia y, especialmente, la confinación nos devolverán a una vida diferente a cuanto disfrutamos o sufrimos antes de que el Covid-19 rompiera la tela de araña de nuestras rutinas. Creo que se equivocan. Las señales hablan de lo contrario. En artículos anteriores he reflexionado sobre los esquemas productivos y económicos, los cuales tras un corto silencio ya han empezado a repetir los vicios habituales. Volveremos a depender de sus plusvalías y de los caprichos de las bolsas, bajadas provocadas y subidas especulativas en el plazo de veinticuatro horas. De las enigmáticas primas de riesgo. Del poder de la banca y sus privilegios. A todo ello también deberemos sumar las imperfecciones del ejercicio de la política, cuyo caudal no se desvía un ápice de dónde solía. Los intereses partidistas, las oportunidades coyunturales y la caza del voto continúan primando sobre la realidad de la vida ciudadana, a la cual se deben la gobernanza y la leal oposición constructiva, pilares de la democracia.

Asistir a los espectáculos del Parlamento español confinado nos permite comprobar que nada ha cambiado ni tiene visos de hacerlo. Viendo y escuchando a nuestros representantes, perdidos en discusiones bizantinas, es fácil concluir que de nada vale el esfuerzo en positivo, que las falsedades alcanzan categoría de dogmas, que algunos partidos han debido instruirse en los zocos árabes por su habilidad para mercadear e intuimos que un voto bien vale un escándalo público, aunque sea una contradicción de lo dicho y hecho antes de ayer. La ciudadanía está viendo cómo se convocan elecciones en Euskadi y Galicia, en función de idéntica coyuntura oportunista al adelanto anterior, aunque el triunfo sobre el contagio no esté garantizado. Lo mismo sucederá en Cataluña pasado mañana. En las acciones del Gobierno de España pesa como una losa de granito el enigma del tiempo disponible para sacar con bien la coalición y la credibilidad frente a su electorado. Los pasos acompasados de la derecha y la extrema derecha se fundamentan en el ensueño de derrocar al presidente Sánchez, cueste lo que cueste. Y los partidos minoritarios van y vienen por los renglones torcidos según el viento de cada día.

No soy el único ciudadano que asiste escandalizado al divorcio entre una gran parte de la vida política y la realidad

Fíjese si no estamos en el mismo balancín de ayer, aunque los platillos cambien de color. La extrema derecha, herederos sentimentales de la dictadura, salen libremente a la calle pidiendo libertad. La ‘gente de bien’ aplaude los eschaches a los ministros del bipartito cuando no hace media docena de misas les escandalizaban los sufridos por las ministras de Rajoy. Pablo Casado pidió la aplicación del artículo 155 en Cataluña cuando Torras empujó a los manifestantes a protestar con furia. Es el mismo Casado que ha justificado el aval de Díaz Ayuso a las manifestaciones ilegales de la extrema derecha y anunciado con satisfacción futuras algaradas callejeras contra el Gobierno de coalición. PSOE y Unidas Podemos levantaron la bandera contra la reforma laboral de Rajoy, los mismos a quienes les tiembla la mano bajo las presiones de los poderes económicos… 

Podría seguir ejemplarizando hasta el infinito. Pero no es necesario, no soy el único ciudadano que asiste escandalizado al divorcio entre una gran parte de la vida política y la realidad. Pasará la pandemia y cuando estemos de vuelta, más pobres y agobiados a pesar de los esfuerzos sociales del Gobierno, nuestro mundo seguirá comiendo del mismo plato de lentejas.

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