Opinión

Los zocos como joyas robadas

Intento dar con el perfil del ladrón de los zuecos de Pupo y no lo veo. ¿A qué veraneante se le antojó de manera tan malsana el calzado que servía de reclamo al bar Pulgas de San Cibrao? Quizás los disfrute encima de la chimenea mientras relee un clásico griego, como quien guarda para sí esa pintura robada en mitad de una guerra. Pero no, no me cuadra. ¿Habrá sido un traste que los colgó en la pared junto a un mandala o una imagen del Ché? ¿Una cleptómana de las que se pirran por la moda, quizás?
Tendrá que ser un vicio lejano o muy privado, so pena de ser descubierto, pues tampoco es algo que pueda llevarse al Rastro o a un perista para fundir o revender como cualquier otra joya. Máxime cuando la artesana de Vila de Cruces, Elena Ferro, acaba de recibir de manos de la ministra Reyes Maroto el Premio Nacional de Artesanía, merecido al dignificar un calzado tradicional con mimo y belleza, sin caer en el esperpento de algunos ‘innovadores’. Para el ladrón o ladrona de zocos, el valor crece pero también la posible sanción por el delito. Además, no podrá pedir unas tapas de goma o una reparación con parte de una lata de sardinas, como se estilaba antaño. 
Por cierto que Elena Ferro vino personalmente por el Pulgas hace poco a traer otro par, un regalo que quita la pena de los sisados y da más valor si cabe a estas joyas.  Y vemos que Sargadelos también recupera la zoca en una nueva cerámica.