Opinión

'Hai que roelas'

EL FÚTBOL ya no solo es un mundo de hombres. Afortunadamente, cabría decir. ¿Se acuerdan que aún era ayer cuando en las taquillas de los estadios había entradas exclusivas para mujeres? Solían ser un tercio más baratas, como si fuesen espectadoras de segunda categoría. Era la época de aquella canción en la que una chica le decía a su chico: ¿por qué en las tardes del domingo por el fútbol me abandonas, y me dejas todo el día en casa sola? Eso de sola sería lo que pensase algún pánfilo, que si yo fuese una chica y me abandonasen todos los domingos, se iba a enterar mi chico de lo que valía el vecino del quinto.

No sé de quién fue la idea, pero al acabar la temporada del equipo benjamín del Pontevedra (si en vez del Diario está usted leyendo El Progreso piense que son del Lugo) a alguien se le ocurrió que las mamás jugasen un partido.

Fue el pasado viernes y no hizo falta que animase mucho a mi chica. Yo hace tiempo que dejé de ser un cromañón, o eso pienso, que ahora incluso cocino. Todo empezó un día que vi un documental de La 2 sobre culturas nórdicas y decidí salir de mi cueva. Llevábamos quince años casados.

-María, hoy hago yo de cenar. ¿Donde está la cocina?

Desde entonces voy haciendo enormes progresos, aunque el otro día me dio qué pensar cuando me dijo que podía experimentar algo más que los macarrones con tomate.

El Mundial de Canadá ha puesto el fútbol femenino de moda. Las mamás están cogiendo nuestros vicios. Va por ellas


La convocatoria para el partido llegó por WhatsApp y allí se fueron todas, hasta la presidenta del Pontevedra, Lupe Murillo, que tiene planta de hábil medio centro, un clon entre Xavi e Iniesta. Mi chica es más guerrera, digamos que tiene planta de líbero elegante, como Beckenbauer. Se lo dije cuando salió al campo, pero no sabía de quien le hablaba.

"María, cuando golpees el balón entra sin miedo y echa el cuerpo para delante, como cuando estamos en cama el viernes por la noche", bromeé colocando el cuenco de la mano a modo de un altavoz. A los dos minutos pidió ya una botella de litro. En el primer tiempo bebió más agua que yo en plena resaca del triplete.

A nuestras chicas hay que hacerles un monumento y si es posible de bronce bruñido. Reconozcamos nuestros pecados. Nosotros llegamos a casa tras una jornada laboral y ya nos creemos con derecho a tumbarnos en el sofá en posición de ‘aquí me vayan poniendo los gin tonics que ahora echan un partido de la Liga finlandesa’. Ellas tras la misma jornada laboral (o superior) llegan a casa y ponen orden donde solo habría desorden. En mi caso somos cuatro varones. Lo dicho, un monumento.

Bebió más agua en el primer tiempo que yo en plena resaca


Pero volvamos con el partido. Resulta que al descanso iban perdiendo por 2-0 y hubo un cambio táctico. Mi chica se puso de guardameta. Tenían que verla. Eso era un portero y no los del Daniel, que por allí no pasaba nadie con calcetines blancos. Siete minutos estuvo imbatida. Todo un récord. Eso sí, tiene que repasar un poco el reglamento, porque cuando le metieron el primero quiso sacar de portería, como quien no quiere la cosa. El árbitro la llamó al orden. "Hombre tenías que ser", le contestó. Donde las dan las toman. Nunca estuve más orgullosa de ella.

Seamos honestos. Estudian y trabajan más y mejor que nosotros, y es posible que acaben también jugando mejor al fútbol. Hasta vi a alguna reclamar un fuera de juego posicional al árbitro. Están pillando nuestros vicios y nos van a adelantar por la izquierda como nos despistemos. Cuando volvíamos de regreso me soltó en el coche

-¿Cuando es el próximo partido?

Lo primero que hice al llegar a casa fue esconder el JB.

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