Opinión

Entre pitos y flautas

LOS PITOS de las aficiones del Athlétic y del Barça al himno español forman ya parte del paisaje reciente de la Final de Copa, como la negativa del Madrid a dejar su estadio si juegan los azulgrana o la queja de los hosteleros madrileños por semejante estupidez. Tras lo visto el sábado, la confederación de empresarios de Cataluña estudia seriamente nombrar Presidente de Honor a Florentino.

Pitar un himno o un símbolo es también una de las mayores estupideces que alguien pueda idear. ¿Se imaginan que en vez del Ourense fuese un equipo madrileño el rival del Breogán en la promoción de ascenso a la ACB y que su hinchada se dedicase a pitar en medio de la grandiosa interpretación del himno gallego que antes de empezar el partido nos puso a todos la piel de gallina?

La final de Copa es el fin de fiesta del fútbol español. Sobran los silbidos al himno y las reacciones sobreactuadas

En ‘El Factor Humano’ John Carlin relata como Nelson Mandela al llegar a la presidencia de Sudáfrica tuvo que afrontar el problema de los símbolos. Para muchos de sus seguidores, que eran mayoría en el país, el himno africaner era una ofensa por décadas de represión y el nuevo gobierno decidió suprimirlo. Al enterarse Mandela, que había pasado 27 años de prisión por culpa de los que veneraban aquellos símbolos, les hizo ver que para cientos de miles de compatriotas aquella bandera y aquella partitura eran su segunda piel. Se decidió entonces componer otro himno pero que los dos sonaran en cada ceremonia, como en aquella final del mundial de rugby de 1995 que reunificó el país. Si lo hacemos aquí acabaríamos silbando a las dos versiones.

La bandera rojigualda, que data de tiempos de Carlos III, y la marcha real que adoptamos como himno, aún provoca en muchos españoles, especialmente vascos y catalanes, una sensación de rechazo tras ser reintroducidos en sustitución del Himno de Riego y de la bandera tricolor que representaban las libertades republicanas frente a la barbarie franquista. Pero esos símbolos (corregidos con la retirada del ‘gallinaceo’) son también para millones de compatriotas que nunca comulgaron con la dictadura su segunda piel. Normal que se sientan ofendidos por lo sucedido el sábado

Claro que esto no es nuevo, y aquí juegan también los precedentes y las provocaciones. Antes de que se instaurase esta moda gamberra de pitar el himno español también hubo una monumental pitada, en este caso en una plaza de toros.

¿Se imaginan que el rival del Breo no fuese gallego y se pitara el himno?

En el homenaje a Miguel Ángel Blanco, asesinado por Eta, decenas de artistas ofrecieron un recital en Las Ventas. Uno de ellos fue Raimon. Cantó en catalán, ‘Al vent’, himno de la transición tolerante y descentralizada. Los decibelios de pitos, silbidos e insultos no fueron inferiores a los que se sintieron el sábado en el Camp Nou.

Y luego están para avivar el fuego los bomberos con motobombas de queroseno. Esperanza Aguirre llegó a pedir que se prohibiese jugar a vascos y catalanes poco antes de la final del 2012 en el Vicente Calderón si volvían a pitar o que se suspendiese el partido. Consiguió el efecto contrario. Ese día hasta el hijo de un amenazado por Eta acudió al campo con un silbato.

Hay varias formas de ver todo esto pero seguramente solo dos de afrontarlo. Hacerse el sueco (pueblo inteligente) durante un minuto para asistir luego al mayor espectáculo del mundo, o bien jugarlo a puerta cerrada, que es casi más estúpido que prohibirlo. Solo recuerdo un partido trascendente y sin público en la grada, un Real Madrid-Nápoles en la Copa de Europa a mediados de los ochenta, aquel en el que Chendo le dedicó a Maradona un caño junto al banderín de córner. Valdano inició entonces su deslumbrante carrera como comentarista tras apostillar la jugada: «Los pájaros disparan a las escopetas», narró en la triste soledad del Bernabéu. Si me dan a elegir, casi prefiero contemplar un gol como el de Messi el pasado sábado en medio de los decibelios y olvidarme de los prolegómenos. No vaya a ser que entre los pitos de unos y las flautas de otros dejemos de disfrutar del esplendor en la hierba.

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