Opinión

Revilla

Revilla me ha hecho llorar. Será que con los años me he vuelto una blandengue, porque ahora a la mínima que oigo o veo algo emocionante, se me arrasan los ojos de agua. 

Eso fue, exactamente, lo que me pasó el lunes cuando escuché a Revilla hablar de su (segunda) mujer, Aurora, una media lucense –su padre era de Conforto, en A Pontenova–, que por azares de la vida se enamoró de un hombre que le llevaba 17 años, divorciado y con dos hijas.

Nada fue impedimento y veinte años después, y una hija en común, Lara, ahí siguen a pie del cañón, enamorados como el primer día. Y ahora ella tiene cáncer de colon, y él se emociona. Y nosotros, también, qué carajo.

Revilla humaniza esa profesión en la que se ha acabado convirtiendo la política, a la que deja en evidencia cuando le conviene con sus chascarrillos. Sin ir más lejos, reveló delante de millones de espectadores de El hormiguero que Pedro Sánchez le hizo un sinpa en el Asador Donostiarra de Madrid. Creyó ir de invitado, y acabó apencando 98 euros. Y el lunes se la cobró, tarde, pero lo hizo.

Los demás presidentes autonómicos, concejales y alcaldes no cuentan esas interioridades; Revilla, sí. No se corta un pelo, y él lo explota –a conciencia, que los votos son lo que cuenta, y él los gana de esta manera–. Hay que reconocerle que no es un tecnócrata robotizado; es el Paco Martínez Soria de los políticos, que se queda tan ancho contando que se topó en el trono –el del baño– al rey Harald en la boda de Felipe VI. Y la gente se descojona.

A lo tonto a lo tonto, monta su show y habla de lo que quiere, al igual que Paco Umbral cuando zanjó muy clarito: "Yo aquí he venido a hablar de mi libro". Pues Revilla, igual, no se olviden. 

Pero también resulta entrañable, eso es innegable. Como cuando se arranca a cantarle a Aurora, en televisión, la ranchera Pa’ todo el año con la que la conquistó. Ni José Alfredo, oigan. ¡Qué bonito!

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