Opinión

Con el corazón partío

MI primera visita a Riazor fue desagradable. Después de gastarme un dineral en dos entradas de Tribuna —el sueño de mi sobrino Pedro de ver al Real Madrid bien lo merecía— tuvimos la mala fortuna de sentarnos al lado de dos abueletes hooligans que nos amargaron el partido. Hasta el punto de que estuve a punto de pedir la intervención de la Policía. Unos años después, volví y eso que juré que no lo haría. En esta ocasión, la culpa la tuvo el Lugo. Era el derby de los dos equipos de mis amores, un día que empezó bien y terminó en empate. Para mi alivio. Hoy, por razones obvias, tengo el corazón partío. No solo porque el Dépor baje a Segunda B, sino por el antideportivismo flotante.

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